Llegar a las plantaciones de té de Kerala, en el sur de India, es tan simple y complicado como cruzar una montaña… o varias. Según de dónde comience tu camino. Nosotros partimos desde Madurai, nuestra primera parada en India en plena fecha de Holi.

Desde Madurai tuvimos que hacer un par de transbordos ya que los buses directos a Munnar solo parten por la mañana. La escala en Theni fue rápida y sencilla, hasta ayudó a descansar unos minutos del ajetreado ritmo de carretera indio, muy similar a los que habíamos ya vivido en Sri Lanka. A pocos minutos de Theni inicia la espiralada subida de montaña que lentamente permite que por las ventanillas entre un poco de aire fresco para dejar atrás el calor sofocante. El paso más alto marca el límite entre los estados de Tamil Nadu y Kerala, el primero caluroso y árido, el segundo fresco y verde. El contraste es inmediato.

Munnar Kerala

Camino sinuoso…

El autobús quedó casi vacío allí para emprender la bajada no menos zigzagueante y que por momentos parecía interminable. Pero las plantaciones de té le dan al paisaje un aire que permite que la mente divague por los laberintos que dibujan los arbustos sin fin. Hay dos puntos que nos hicieron dudar de si bajarnos o seguir finalmente hasta Munnar, y hacia allí fuimos al día siguiente en la primera salida.

Anachal, la cascada y el punto del atardecer.

En el camino hacia la cascada de Anachal cruzamos algunas de las trabajadoras que estaban escoltadas de cerca por su supervisor, por lo que no las distrajimos mucho. El clásico intercambio: un de dónde somos y cómo nos llamamos, algunas sonrisa y el único dato que revelaron es que su jornada finalizaba cerca de las 5 de la tarde. Calor, mucho calor. A pesar de estar a 1500 msnm durante el día en esta temporada de sequías y calor el sol se siente duro. Ellas van cubiertas casi por completo y se hacen visera con unas pañoletas para que la cuerda del saco donde juntan la cosecha no deje más marcas de las que ya tienen en su cuerpo por la tarea. Mientras tanto el supervisor se muerde las uñas del aburrimiento bajo la sombra de un árbol. Nos mira de reojo. Le tenemos bronca por que sí. Aunque sea un eslabón más en la cadena, es el botón y no nos caen bien los botones. Nos hace un gesto con la cabeza y antes de ver si nos sonríe ya estamos viendo nuestros pasos.

Cascada Anachal

Allá nos espera la cascada!

El paisaje es sin dudad el más bonito que la industria del té nos ha dado hasta ahora. Todo en India es a una escala bestial de lo que uno pueda haber visto antes. Diez veces más grande, veinte veces más gente, treinta veces más mugre.

El pequeño Munnar

El pueblo de Munnar son unas casas, restaurantes y alojamientos desparramados a lo largo de la ruta 85. Hay un “new Munnar” que se diferencia por tener algunos bancos y oficinas gubernamentales y un mercado. Las tiendas en su mayoría ofrecen tés locales, los básicos té negro, verde y blanco y algunas variedades saborizadas, con el tradicional masala como destacado si querés llevarte algo bien típico. En la zona hay muchas granjas de frutas y verduras y una buena producción de chocolate artesanal por lo menos interesante. Completan los escaparates muchas variedades de aceites aromáticos y para masajes Ayurveda. Quiero todo. No compro nada.

El otro paseo que hacemos nos lleva casi medio día de logística. “No le creas nada a los indios”, nos alertaron, pero aquí con ese lema no hacemos más que ganarnos reproches. Casi todos nos responden siempre honestamente. Y se ofenden con justa razón cuando nos encuentran cotejando sus versiones con otra fuente. Aquí llegó la excepción. Cinco personas en la estación de buses nos dicen que a las 2pm podemos tomar un bus a Matupany. Vamos a almorzar y volvemos con tiempo de sobra para esperar. De aquellas 5 personas quedan sólo 2 que discuten con otros dos nuevos personajes para llegar a la conclusión de que no hay más buses a Matupany ese día… Malhumorados nos vamos hacia el mercado a tratar de negociar un taxi compartido. Terminamos consiguiendo un rickshaw que por 200 rupias nos deja en el embalse de Matupany (unos 20 minutos de viaje). El autobús pasa a los pocos minutos…

Malpangudy Dam

Embalse y su lago inmenso y verde

El embalse deja a un lado un enorme lago donde algunas parejas se sacan fotos en los botes a pedal. Nosotros seguimos un sendero tentador que se aleja de la ruta y los bocinazos.

Cuando nos consideramos más retrasados que descansados emprendemos caminata. El embalse abrió una de sus compuertas, “Come, look”, nos insiste un vendedor ambulante. Nos acercamos como algunos lugareños al puente para ver el inmenso torrente que una de la compuertas libera.

Unos 4 kilómetros más arriba esta el Echo Point, un punto donde tres montañas se enfrentan generando el efecto eco para todos los que llegan a pegarse unos gritos por ahí. La mitad del camino la hacemos solos, pegados al borde del camino, esquivando bosta de elefante y conductores despiadados por igual. Al pasar por un campo privado se nos une Ramar, se presenta como el guardia de seguridad del campo y nos dice que nos va a escoltar hasta el Echo Point. El va cantando alegre por delante, mientras Mariano le pide que le confirme varias veces que podremos regresar en autobús. Nos dice que los elefantes salvajes son muy peligrosos pero que hay que tener suerte para ver uno. Solo la bosta gigantesca y los carteles que advierten su presencia nos dan algún testimonio de ellos. El bosque alrededor es hermoso, silencioso, frondoso.  Está bastante seco en comparación a las fotos que se ven en Google. La temporada de lluvias por aquí se desata en julio, y la mejor época para ver esta zona en su esplendor es octubre y noviembre. Es marzo, y todo esta seco y caluroso. Sumando el bullicio de la ruta es comprensible que los bichos se guarden y no se dejen ver.

En el tal Echo Point, Ramar nos suelta como los perros callejeros amigables que solo te acompañan hasta que salís de su territorio. Pega la media vuelta y se devuelve cantando y sonriente. Por delante tenemos una fila interminable de buses que trajeron grupos de excursión y algunos jeeps. Todos se sacan fotos y pegan gritos para escucharse rebotar en el bosque del otro lado del lago. Otra hilera de tiendas de recuerdos y productos varios (relojes, chancletas y hasta huevos) acompañan a los tés y chocolates artesanales.

A las 6pm baja el último bus hacia Munnar, dicien todas las versiones. Pero por las dudas en el que pasa a las 5.30 nos subimos junto a una señora que tiene más de chola que de Kali y un señor que finalizó su jornada de ventas sin mucha alegría.

El paisaje desde la ventanilla del bus es impagable. El atardecer mejora todas sus características. La bruma de la niebla del bosque que se mezcla con la inevitable contaminación le da a las montañas mas lejanas transparencia y pinta de naranja tanto las nubes como los infinitos cordones de los arbustos de té que se me pierden de vista.

La trama del té forma un rompecabezas que voy completando yo misma en mi mapa de la ruta del té. En una de las laderas el dibujo se interrumpe, un arbusto no está, como una pieza central que falta, quizás porque no encajó, quizás porque se perdió. Falta esa pieza en India, y parece ser la clave. Sigo mi camino, quizás podamos encontrarla.

Sobre El Autor

Soy Vito. De raíz riojana y treinta y pico de años. Viví también en Córdoba, Mar del Plata, Buenos Aires. Viajé por Nueva Zelanda, Cuba, Italia, Bolivia y otra veintena de países más. Pediatra de vocación y formación, y en los ratos que me hago entre el trabajo “serio” trato de aprender algo nuevo (tejer, cocinar, fotografiar, hablar otros idiomas, lo que sea). Amante del yoga (a.k.a. “profesora”), curiosa ayurvédica. Estudio y trabajo con la salud y la enfermedad, pero a mí lo único que me curó fue viajar. Una vez sentí que era hora de poner los pies en la tierra… y lo tomé demasiado literal, quizás.

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