Es mi pueblo un cerro azul
es rumor de acequia en el parral
Es la gente, el sol, la luz
es la sombra vieja del nogal.

Se que tu pueblo será
como mi pueblo tal vez
se que también sentirás
esta vieja añoranza que te hará volver.

«Pueblo Azul», Ramón Navarro

Salimos de La Rioja más tarde de lo planeado. Veníamos con un trajín sobre la espalda más pesado que la mochila que nos quitamos de encima hace casi un mes, cuando llegamos a casa. Es que poder montar una muestra de fotos en tan poco tiempo no fue tarea fácil, pero sí gratificante. Era hora de festejar ese logro como más nos gusta, en la ruta.

Este bonus track viajero venía con todo. No teníamos que pararnos bajo el sol de la desierta banquina: salíamos en el auto de nuestra anfitriona de lujo, mi mamá. Ella ideó el itinerario, las paradas, y hasta la canasta matera para que no falte nada. Obviamente, la primera estación fue antes de llegar al dique de Los Sauces, saliendo hacia el Oeste: la curvita del pan casero, el clásico riojano que no pierde vigencia.

Pasando Sanagasta hay una recta larga antes de llegar al balneario de Huaco. Tengo muchísimos recuerdos de estos kilómetros ya que, si el sol acompaña, es una escapada familiar dominguera fija. Y ahora guardo uno más, el comienzo de este road trip con Mariano y mi vieja.

Derecho, vieja, no más...

Derecho, vieja, no más…

Se empiezan a amontonar al paso de la ruta varios pueblitos. ¿Cuál es más lindo? No sé, todos. Cada riojano tiene un gancho especial con alguno. Cada lugar tiene su festival veraniego y su encanto particular. El otoño debe ser una de los mejores momentos para visitar La Rioja, pocos lugares se visten tan bien como mi provincia para esta época… Así que quizás no importe tanto en cuál lugar uno se detenga, el descanso, la armonía y el embelesamiento están asegurados.

No le queda re bien el otoño?

No le queda re bien el otoño?

Nuestro elegido fue el favorito de la conductora, Chuquis. Hogar de la Yacurmana, la diosa diaguita del agua, que brota del cerro para llenar de vida las tierras y acequias de este pueblo. “Unas 83 casas están habitadas (de un poco más de 200), y creo que 23 vivimos solos”, Alilo es un gran amigo, personaje ilustre que tiene la llave de la casa – museo del chuqueño más ilustre de todos: Pedro Ignacio de Castro Barros, miembro del Congreso que en 1816 declaró la Independencia del país. Nos muestra, con el entusiasmo de la primera vez todos los documentos que se rescataron de la época, nos cuenta cómo reconstruyó y ambientó cada sala, y también como le cuesta mantenerlo. Su propia casa, de palos centenarios, nos cambia el chip, como se dice hoy… “Bajá un cambio”, nos susurra el agua que pasea por los canales de piedra, “subí…”. Y subimos un poco, hasta el costado del estanque.

Entrando al Museo con Alilo

Entrando al Museo con Alilo

Lo que queda de los muros de adobe originales de la casa de Castro Barros

Lo que queda de los muros de adobe originales de la casa de Castro Barros

Mientras algunas cotorras revolotean de lado a lado, y el valle se extiende hasta donde nos da la vista, Alilo no tiene que hacer grandes maniobras para mostrarnos que no somos los primeros aquí. Hay restos de vasijas de arcilla pintada y una gigantesca piedra, el mortero colectivo, que no se ponen de acuerdo en sospechar si era para moler alimentos o para ver el reflejo de las constelaciones del cielo, y entender en qué momento está la tierra. ¿Importa? Impacta.

Lindo para un asadito...

Lindo para un asadito…

“Si tias criau entre las jarillas!” suele ser la frase con que se mortifica a aquel que parece estar olvidando sus raíces en La Rioja. La jarilla es una yerba que crece a mansalva en este suelo árido, pero hay algo que descubrí en este viaje gracias a don Ortiz, siempre mira hacia el Este. Sus pequeñas hojas muestran un verde más vivo hacia el sol naciente, y sus florecitas salen también en esa dirección. Viajar es aprender. Aunque sea en el lugar en el que crecí.

Una brújula natural

Una brújula natural

Olivos al cielo

Olivos al cielo

En Chuquis las calles son unos pasajes polvorientos que unen casas, hoy visten orgullosos nombres de las obras de otro de sus hijos predilectos, el poeta y cantor Ramón Navarro. La iglesia blanca y solitaria apenas define una especie de plazoleta, y hasta los perros duermen respetuosos la siesta.

Aquí no hay hoteles, ni restoranes, apenas alguna que otra despensa de horarios caprichosos, pero sobra la hospitalidad. Es cuestión de cambiar el chip y enamorarse de un Pueblo Azul.

Sobre El Autor

Soy Vito. De raíz riojana y treinta y pico de años. Viví también en Córdoba, Mar del Plata, Buenos Aires. Viajé por Nueva Zelanda, Cuba, Italia, Bolivia y otra veintena de países más. Pediatra de vocación y formación, y en los ratos que me hago entre el trabajo “serio” trato de aprender algo nuevo (tejer, cocinar, fotografiar, hablar otros idiomas, lo que sea). Amante del yoga (a.k.a. “profesora”), curiosa ayurvédica. Estudio y trabajo con la salud y la enfermedad, pero a mí lo único que me curó fue viajar. Una vez sentí que era hora de poner los pies en la tierra… y lo tomé demasiado literal, quizás.

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5 Respuestas

  1. Beatriz Ortiz

    gracias por pintar con tus palabras «mi» pueblo azul… nuestro lugar en el mundo con JC… y con tu mami paseamos por esos callejones confiandonos la vida… como seimpre… cariños a mi amiga Isa… besos

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  2. Cristina Lorquis

    Hola Vito. Recién te conozco. Me encanta lo que pude leer. Deseo recibir las entradas que hagas. Muchas gracias.

    Responder

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