«-`En los mismo ríos entramos y no entramos, pues somos y no somos.´ Dijo alguna vez un griego. El hombre de ayer no es el mismo que hoy. Nosotros cuatro, sea donde sea que estemos, somos la prueba.» (*)
Lo de las transiciones nació casi como un juego a principios del viaje. Y para ir a principios del viaje hay que viajar en el espacio y el tiempo. En la última semana en Nueva Zelanda una amiga alemana me confirmaba que llegaría a Singapur el mismo día que yo, los destinos (físicos) se empezaban a pasar la posta. El último paseo por Praga terminó en el mural de Lennon, y a los dos días llegaríamos a Londres a colapsar ante nuestra propia Beatlemanía. Nos fuimos de Centroamérica con Colombia entre ceja y ceja, sabiendo casi de memoria la canción de Joe Arroyo sobre la vida de los esclavos en las calles de Cartagena. A veces una melodía, a veces una comida, o una charla. Pero poniendo un poco de atención nos dábamos cuenta que siempre había una transición quizás sutil entre un lugar y su próximo, y lo sentíamos como un guiño del destino (el metafórico): es hora de ir ahí.
Como siempre era signo de continuar el movimiento pensé que La Patria iba a estar exenta de este detallito. Llegar, regresar del viaje, es una idea sedentaria dentro de todo. Lo deseaba y buscaba, nadie le tenía que pasar ninguna posta, era la meta.
En Tafi del Valle pasamos unas escasas 24 horas. Más que un pueblo pintoresco me parecía un gigantesco barrio cerrado al que no pertenecía y donde no era invitada de nadie. Y el frío… Tengan en cuenta que hace desde el año 2011 que no vivo un invierno por lo tanto puedo llegar a estar un tanto monotemática en los próximos (gélidos) meses australes. Rápidamente supimos que al día siguiente nos iríamos de allí, e irse de Tafi era terminar el viaje. Aunque después resultó no ser tan así.
Pero dentro de todo esto fuimos a dar con un camping que haría de esas pocas horas allí algo inolvidable. Estaba a cargo un particular personaje, intuyo que es más joven que nosotros, peleado con la vida, el sistema y su familia, se alejó de las bulliciosas entrañas de la Capital Federal argentina para refugiarse en los verdes tucumanos. Se paseaba fumando en pipa y con un largo sobretodo. Creo que su sueño era ser un abuelo de campo con muchas historias que contar. El hospedaje se completaba con otra pareja de viajeros. También porteños.
Hoy me doy cuenta que no sé sus nombres. Pasa que a veces (muchas veces) no le pregunto el nombre a la gente de entrada, prefiero que fluya la charla, porque con esas palabras voy a poder asociar mejor un nombre y no lo voy a olvidar. Pero la charla fluyó tanto que todos olvidamos el formalismo de las etiquetas. Si nos recuerdan, seguramente nos llamarán “los que terminaban el viaje”, porque les contamos ese detalle, pero tampoco nos preguntaron nuestros nombres. Para nosotros ellos son “los que empezaban el viaje”, porque con una sonrisa grande como arco iris nos contaron que era su primera noche fuera de casa, que subirían hacia el Norte, que querían cruzar a Centroamérica y llegar hasta México, que intentarían zarpar el Atlántico y llegar a Europa… “y quien sabe hasta donde más”. Llenos de energía, ilusión, miedos, preguntas.
«-No van a cumplir su itinerario planeado. El viaje los va a sorprender. Eso es lo más importante. No pierdan la capacidad de asombro. » (*)
Son músicos, pero ella nunca había tocado en público por lo que ensayaron frente a nosotros para ir aflojando temores. Hablamos de todo lo que se nos ocurrió, hasta que el sueño nos venció. Mientras, compartimos el espacio y tiempo de la cena, no el menú porque ninguno sabía de la presencia del otro hasta que llegamos a cocinar… Nosotros fuimos a lo minimalista, una sopa, de esas semi-instantáneas; ellos hicieron fuego en la parrilla para cocinar lentamente un pollo a las brasas. Presupuesto, energía, entusiasmo, ganas, hábitos, poder de adaptación todo lo que conversamos estaba también reflejado en la mesa. La retórica conclusión de él fue “¿El primer día es de pollo a la parrilla y el último de sopa?”.
Entre consejos y reflexiones, todo fue decantando. El final del viaje… cuanto más lo repetíamos, en la cabeza o con la boca, más raro sonaba. Sí, fue un error no tener los nombres, su contacto, para seguirlos, porque les pasamos la posta. Ellos continuaron nuestro viaje, fueron tras nuestros pasos, subirán por donde nosotros bajamos. Les dijimos que no se pierdan tal mercado, aquel volcán, ese Parque Nacional o esas playas… Qué harán? Cuáles serán sus transiciones? Las necesitarán? ¿Qué significa empezar un viaje? Ellos no lo saben, así como yo no tenía idea hace tanto tiempo ya.
«La escena nos era tan ajena como propia. Teníamos miedo. Miedo de nosotros mismos, de lo que podíamos decir, de lo que podíamos enterarnos, de lo que podíamos cambiar.» (*)
Ahora empiezan los tiempos de encontrar y entender todas esas respuestas. Contando anécdotas que creíamos olvidadas, revisando recuerdos y fotos, todo empieza a cobrar otra dimensión y sentido.
¿Qué significa que terminar un viaje? Todavía no lo sé. Pero tener esa cena de transición fue importante. Le dio paso a otra cosa, que aún no entendemos del todo tampoco, pero sigue siendo movimiento, empezamos a comprender, a internalizar, que todo lo es. A dónde nos llevará luego?
Tal vez todos los viajes son la sucesión de algún viaje anterior. O por lo menos que lindo pensarlo así. Tenemos que salir en busca de algún viajero de regreso para emprender el próximo.
Abrazo grande!
Vuestros relatos son estupendos. Aquí tenéis una nominación al Versatile Blogger Award de Viajes
http://devacacionesypuentes.com/2014/05/31/versatile_blogger_award_viajes/