Le solté la mano a la religión y sus conceptos de a poco y hace tiempo. La ciencia me lavó tanto la cabeza que veo a la muerte como al cese de las funciones vitales de un organismo. Mi experiencia, personal y profesional, me enseño que la única otra vida que inicia con la muerte es la de nosotros, los que seguimos quedando, los que tenemos que aprender a pasar los días sin X, los que ya no somos los mismos. En Palenque de San Basilio viví algo completamente nuevo y distinto.

Aquí, en el Primer Pueblo Libre de América, la muerte es un evento social muy vívido. Guarda a una de las principales tradiciones ancestrales de la cultura afro, el Lumabalú. Es una novena como ninguna otra, ya que la creencia indica que durante ese tiempo, el muerto regresa a su hogar dos veces al día, a las 6 de la mañana y de la tarde. Por eso, a esas horas la gente se convoca en la casa y el Lumbalú ronda.

La mayoría de los primeros cimarrones que llegaron al Palenque eran originarios de Angola y desde allí trajeron esta ceremonia fúnebre. Un pregón comunica a la comunidad lo sucedido y el tambor pechiche se encarga que el mensaje llegue a los poblados vecinos para que sepan que «En Palenque hay muerto», costumbre que permanece hoy pese a los sofisticados dispositivos móviles. El canto-llanto reponsorial acompaña la peregrinación del cajón de la Iglesia al Campo Santo, y a su alrededor bailan mujeres que se mueven y llevan las manos a la cabeza mientras cantan en el dialecto palenquero nombrado hoy Patrimonio Oral Intangible de la Humanidad. Los bailes y tambores nos hacen vibrar el alma mientras observamos en respetuoso silencio, el silencio de nuestra idiosincrasia fúnebre, mientras por todos lados escuchamos cantos y batir de palmas rítmicos.

La niña que encabeza el cortejo fúnebre espera a los rezagados bailarines

La niña que encabeza el cortejo fúnebre espera a los rezagados bailarines

Pedro nos explicó que la mujer del finado esperaba en la casa a que vayan los cantores y músicos. Para mi sorpresa ella, la viuda, no participa del entierro. Pedro también nos dijo que se había matado una vaca, «Vayan para que coman!». Pedro nos habla con mucha seriedad, y eso contrasta con su look: un vestido largo y colorido, una peluca azul eléctrico que le baja por los hombros, capelina, labios pintados carmín, y uñas de manos y pies multicolores…

Sí, es ése...

Sí, es ése…

Rosalio, «R-o-l-i-o» (?) Nos interceptó en la calle principal, nos habló de su rol de armoniquero en una banda local que entretiene grupos de turistas. «Pero la vida está en el campo» dice. Tiene una finca con yuca, plátano, y vaya a saber qué más. La charla se extiende y nos invita a tomar asiento en la puerta de la casa donde transcurría ya el 2 do día del velatorio. No tardó en aparecer el tinto y luego nuestro sueño hecho realidad, el arroz con coco.

Nuestra historia con el arroz con coco tenía por entonces varios meses de desencuentros y malosentendidos. En centroamérica siempre nos pasó por el lado. En la Isla Pelícano, en San Blas, casi lo logramos en manos de Tito, pero los cocos estaban muy tiernos, y no tenían tanta leche. En Taganga Valentina lo intentó, pero el coco no fue suficiente para aromatizar todo el arroz de batallón que habíamos hecho. Ya tenía guardados los secretos de la receta, pero o no había cocina o no había coco. Aquí, en Palenque, en la novena de una familia que no conocía, me lo invitaron sin preguntarme si quiera el nombre y con una gran sonrisa. Qué exquicitez!

La vida en Palenque no es tan animada como la muerte. Al menos no en las horas de sol. El calor nos parece siempre inédito. Tal vez sea el mismo de siempre y el cuerpo nos está pidiendo tregua. El único arroyo del pueblo está seco. La temporada de lluvias apenas se asoma con alguna llovizna y nubes de consuelo.

Hermosas palenqueritas "festejando" un chaparrón

Hermosas palenqueritas «festejando» un chaparrón

En las calles se ven chanchos y semillas de mango recién chupados. Allá por las 5 de la tarde las rutinas que imaginamos se van terminando y la gente sale de las casas. Hay sillas en las puertas y muchos niños jugando en el parque central, alrededor de los dos héroes locales, Benkos Biohó, el libertador y fundador de Palenque, y Pambelé, el campeón mundial en boxeo.

Kid Pambelé, palenquero, campeón mundial del boxeo

Kid Pambelé, palenquero, campeón mundial del boxeo

Lo que más disfrutamos de la cultura palenquera (aparte del arroz con coco, que creo quedó claro, no?) fue su música de tambores y su danza de cuerpo entero y sonrisas amplias. Por la caída del sol, allá cerca de las 6 de la tarde, en la Casa de la Cultura empiezan a latir los alegres, tumbadoras y maracas. Si bien no era octubre, tiempo del Festival de Tambores, momento ideal para visitar el pueblo, estábamos en los días de ensayos previos a una exhibición en Bogotá, y lo mejor de Palenque estaba ahí frente nuestro moviendo las caderas, golpeando el piso con los pies y los parches con las manos. No dejen de visitarlos, las puertas están siempre abiertas.

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Mi bailarina favorita!

Mi bailarina favorita!

Cuando fuimos a la panadería al cuarto día nos preguntaron si nos íbamos a quedar a vivir allí. Es que los cara-pálidas que se ven por estos lados son fugaces, pasan un par de horitas durante el día y se esfuman en la polvareda de regreso a Cartagena, mayormente. Los que se quedan un poco más ven sonrisas más auténticas, se hacen de algún que otro amigo, y se llevan en el corazón uno de los recuerdos más preciados de está cálida y ardiente tierra. Palenque es calor abrazador, es África en América, es Lumbalú, es tambores y ritmo, es Libertad y a los viajeros esa sensación nos enamora.

Sobre El Autor

Soy Vito. De raíz riojana y treinta y pico de años. Viví también en Córdoba, Mar del Plata, Buenos Aires. Viajé por Nueva Zelanda, Cuba, Italia, Bolivia y otra veintena de países más. Pediatra de vocación y formación, y en los ratos que me hago entre el trabajo “serio” trato de aprender algo nuevo (tejer, cocinar, fotografiar, hablar otros idiomas, lo que sea). Amante del yoga (a.k.a. “profesora”), curiosa ayurvédica. Estudio y trabajo con la salud y la enfermedad, pero a mí lo único que me curó fue viajar. Una vez sentí que era hora de poner los pies en la tierra… y lo tomé demasiado literal, quizás.

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3 Respuestas

  1. Laura

    Volví a San Basilio del Palenque con el diario de Victoria y volví a quedar en éxtasis. Yo no encontré las palabras para decir lo que sentí. Ni para describir el olorcito rico de la bebé de Evaristo, el dueño de la frutera que nos regaló su palabra y su sonrisa. Y nos vendió bananas!

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    • Vito

      Me alegro muchísimo que hayan tenido la posibilidad de conocer este lugar y su hermosa gente al menos por un ratito. Muchas gracias por participar Lau! Abrazo grande!

      Responder

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