Después de nuestro debut en la vida de la Medina más tradicional y grande del mundo tuvimos un día más típico, ya sintiéndonos unos lugareños más y moviéndonos por los pasadizos como si los conociéramos.

Por la Calle Grande ( Talaa Kebira), hacia abajo, o adentro, teníamos un objetivo fijo en mente: los Tannieris o Curtidores. Una imagen clásica de esta ciudad son los piletones donde se tiñen los cueros a fuerza del cuero humano. En el camino pasamos por diversos souks, o mercados, lo que a primera vista parecía caótico casi no lo es. Hay un sector para cada rubro de compra que se necesite. A nuestro paso saltan los insoportables e infaltables changarines que preguntan a donde vamos, o directamente si queremos ir a la Mezquita o los curtidores. Lo cierto es que, si se los sabe encontrar, hay carteles para llegar a casi cualquier sitio de interés en la Medina.

Allá en lo alto, pero los carteles están.

Allá en lo alto, pero los carteles están.

Nosotros íbamos más por instinto que otra cosa, y cuando sentimos que estábamos en cualquier parte nos resignamos a preguntar. Por supuesto a los dos segundos vimos el cartel que buscábamos. De todos modos alguien nos dijo “siganlo a él que trabaja ahí”. “Ahí” era una tienda cooperativa con una de las terrazas que da la vista de la curtiembre más grande (hay varias dentro de la Medina). Como es una terraza, había que subir varios pisos. Ya en el comienzo de la escalera hay un viejito que te da un ramito de menta para cuidarte de lo que se viene: un hedor infernal.

Desde la famosa terraza la vista es surrealista. Los tanques, los trabajadores, los animales de carga, la gran lavadora de madera en el fondo, los cueros sumergidos en alguno de los tanques coloreados o ya teñidos siendo estirados para que se sequen al sol. Algunos grupos de turistas llegaban con sus guías, recibían explicaciones, sacaban algunas fotos y seguían camino escalera abajo a alguna de las tiendas donde se venden productos de cuero, claro. Nosotros no nos podíamos mover. Estabamos fascinados con las vista y no parábamos de disparar con la cámara y analizar cada rincón de lo que teníamos enfrente.

Como las témperas de la escuela...

Como las témperas de la escuela…

Cuero estirando cuero

Cuero estirando cuero

Pero en algún momento también nos fuimos. Bajando, Mariano se dio cuenta que no había tomado su clásica foto de pies, y volvió a subir. Yo, asqueada por el olor, lo iba a esperar en la tienda. Mientras veía los coloridos zapatitos, uno de los vendedores se me acerca y me dice algunos precios. Mi cara fue suficiente para que entienda que yo no iba a ser una cliente. Me miró detenidamente, y dijo: “Si no tienes dinero para comprar, te puedes quedar conmigo y te compraré todo lo que quieras”. Hasta ahí bien, galante, diríamos… pero agregó: “También te haría unos cinco hijos por año!”, y desbarrancó!

Nos fuimos por un camino distinto al de la llegada para ver qué sorpresas nos deparaba la siempre rica Medina. Y nos encontramos con un muchacho que nos invitó a entrar a la curtiembre para visitarla, por tan sólo 20 dirhams. Ya desde la terraza el olor me había matado, y ni bien di dos pasos por dentro del predio comprendí que esa iba a ser una aventura de Mariano sólo. Yo esperé una vez más en una tienda, esta vez a solas, sentada, viendo como pasaban por el pasillo los burros cargados con los cueros en crudo. Los ojitos de los animales me quedaron grabados. Lomos cargados, costados pateados para entender las órdenes de sus amos… justo ahí, en mi vista era el sitio de descarga. Una vez liberados del peso, bajaban sumisos para la carga de los cueros procesados. Y así sucesivamente…

Feliz de la vida, Mariano volvió con una sonrisa de oreja a oreja y contando sin parar como lo habían llevado saltando por entre los tanques y techos del lugar.

En el camino de regreso a nuestro barrio en la Medina, encontramos sin buscar (la forma más efectiva de buscar algo) primero la Gran Mezquita. Como lo suponíamos habíamos pasado por allí muchas veces pero es imposible de apreciar ya que es una pared más de este laberinto y desde el llano no se la ve, a menos que alguien te diga “ésta es la puerta de la Gran Mezquita”. También hay oferta de bares y terrazas para verla más desde arriba, pero es en ese caso un techo verde, y no nos llamaba mucho la atención. Las grandes puertas sólo se abren en las horas de los rezos y no se nos permite entrar.

También nos encontramos con la Universidad, y la Biblioteca que tiene fama de ser una de las más antiguas y con miles de volúmenes en su interior… entrada también negada.

Algunos lugares... sólo desde la puerta...

Algunos lugares… sólo desde la puerta…

Donde sí pudimos entrar, 10 dirhams por bocha mediante, fue a la Medersa Bou Inania, una escuela coránica. Casualmente la encontramos casi al lado de nuestro hospedaje. Por dentro el patio es un deja vu de cualquier palacio de la Alhambra. Los detalles, los mosaicos, la fuente al ras del suelo en el centro. Está rodeada de salones donde no pudimos entrar pero si espiar las alfombras, túnicas y algunos libros. Había un señor vestido de túnica y gorro blanco que al vernos sacando fotos, se levantó haciendo ademanes con las manos. Ya casi acostumbrados al “¡No foto!”, nos sorprendimos cuando se ofreció a sacarnos una foto a nosotros. Y resultó ser una mini sesión para despuntar su oculta pasión por la fotografía. No muy de la mano de la técnica ni de la composición de imagen, pero nos entregamos de lleno a su estilo. Nos decía dónde pararnos, cómo posar, repetía las tomas. Pero sin dudas lo mejor de él está en el modelaje. Quedó demostrado cuando nos animamos a pedirle una foto con él y se generaron miradas Magnum como ésta!

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Por las noches, la frenética Medina se transforma en un lugar distinto, tranquilo y amigable. Comiendo en la calle algún sánguche que no despertaba mayores sospechas bromatológicas (?), nos entretuvimos una noche hasta muy tarde con unos niños que sin hablar una palabra de español o inglés, se divirtieron mostrándonos sus trucos de magia y jugando a las bolitas.

Más que satisfechos con nuestro paso por la Medina más grande del mundo, y agotados del bombardeo de estímulos que significó vivir allí tres días, irnos fue casi un alivio! Pero de ese rincón enorme del mundo nos quedaran por siempre las impresiones más auténticas de esta atrapante cultura.

Sobre El Autor

Soy Vito. De raíz riojana y treinta y pico de años. Viví también en Córdoba, Mar del Plata, Buenos Aires. Viajé por Nueva Zelanda, Cuba, Italia, Bolivia y otra veintena de países más. Pediatra de vocación y formación, y en los ratos que me hago entre el trabajo “serio” trato de aprender algo nuevo (tejer, cocinar, fotografiar, hablar otros idiomas, lo que sea). Amante del yoga (a.k.a. “profesora”), curiosa ayurvédica. Estudio y trabajo con la salud y la enfermedad, pero a mí lo único que me curó fue viajar. Una vez sentí que era hora de poner los pies en la tierra… y lo tomé demasiado literal, quizás.

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