Llegamos a París luego de un agotador viaje en bus desde Glasgow (!). Habíamos cruzado el Canal de la Mancha en ferry por la madrugada en medio de un extraño viaje. Dormimos poco y bastante mal. Una vez en la Ciudad de la Luces, lo primero que hicimos fue buscar a mi madre y sus petates por un hotel muy céntrico y de ahí los tres fuimos al departamento de mi amiga Martine, quien muy generosamente nos dejaba las llaves de su hogar mientras se tomaba una semana de vacaciones fuera de la ciudad. Una vez más, como en Roma, teníamos un hogar, y no cualquier hogar, un hogar en París! Nos vino más que bien, no sólo como respiro al apedreado presupuesto luego del Reino Unido, sino para poder dormir sin despertador por primera vez en mucho tiempo. No había que levantarse temprano para alcanzar el desayuno, ni para hacer un check out o tomar un bus. Esta vez podíamos andar en patas, medias y/o paños menores a nuestro antojo, cocinar lo que quisiéramos, ver tele, escuchar música, webear… en fin, vida de hogar. El cuerpo y el ánimo estaban cansados de tanto corretear, queríamos instalarnos un rato, es lo más parecido a «extrañar» que me sucede en este viaje. No quiero volver, mucho menos a Buenos Aires, pero tener una heladera y poder quedarme en la cama y hacer lo que se me cante me gusta mucho!

Listos para empezar a vivir una semana parisina??

Afuera de nuestro hogar: París… La famosa comparación con la metrópolis porteña queda por el piso, para parecerse a Baires a París le sobran cielo y tranquilidad. Lo que más me gusta es que arquitectónicamente hablando, es baja, casas y edificios casi no superan los 3 o 4 pisos, y eso regala cielo, un cielo precioso. No nos tocó el clásico París nublado y gris, disfrutamos de mucho sol, y los primeros días hasta lo padecimos, muchísimo calor.
A pasitos de nuestro hogar teníamos el Museo de Louvre, así de privelegiados fuimos, y fue lo primero que visitamos después de un primer día de descanso a fondo. Contrariamente a nuestros miedos y algunas advertencias, entramos como paseando, sin sufrir horas de cola. Una vez adentro nos dijimos «Vamos directo a ver la Mona Lisa antes que se llene de gente y vemos el resto tranqui». Ez impozible! Llegar hasta la obra magistral del museo implica atravesar escalinatas, salones y pasillos tan llenos de arte que no hay manera de pasarlos por alto, y un poco más, un poco menos fuimos viendo casi todo.
El plano para ubicarse en el museo deja bastante que desear, destaca muy pocas obras, y si bien hay muchísimo para ver y no se puede conformar a todos me pareció mucho mejor el organigrama del Prado, en Madrid, que hace una lista de todos los artistas de cada sala, así uno sabe dónde encontrar lo que más le interesa. El Louvre es demasiado grande! Son tres edificios comunicados por pasillos señoriales no menos importantes, de tres pisos cada uno… No hay que aspirar a recorrerlo en un sólo día. De todas maneras, si se dispone de la voluntad y dinero suficiente, allí hay todo lo que uno pueda necesitar, cafeterías, restoranes, tiendas de souvenir, una tienda Mac, baños y hasta una tienda de productos para el baño!
La obra principal del Museo es la Gioconda, pero también hay otras obras de Leonardo que encontramos antes y me cautivaron más (soy fan de Da Vinci). «Santa Ana, María, y el Niño», «Baco», y mi favorita de todas, «La Virgen de las Rocas» en una de sus versiones, ya que hay otra del autor en Londres. Frente a todo esto, la sala 6 con el famoso retrato de la Gioconda, en el centro de un muro, rodeada de otras obras que la multitud casi ignora, o mira de reojo haciendo tiempo a que se abra algún claro en la multitud para llegar a verla face to face.

«La Virgen de las Rocas»

Es un show aparte ver el comportamiento de la gente, en especial, hay que decirlo, del oriental. Son muy particulares en todos los atractivos turísticos, pero sobre todo en los museos. Siempre van en manadas de gran número, o sea acaparan todo espacio posible, pero cuando se va uno, se van todos. Les gusta mucho, como a muchos turistas en general, sacarse fotos con la obra en cuestión, cosa que no entiendo cuando se trata de una pintura… con una escultura puede ser divertido o interesante, pero con un cuadro?? Cuestión que cuando estábamos acercándonos a nuestro primer plano de la Señora una oriental nos pide que le saquemos dicha foto, se la sacamos y ella en retribución nos saca una foto a nosotros… que nunca se la pedimos, pero fue tan amable que no pudimos negarnos. Por eso a esta foto la llamo «Foto a lo oriental»!

«sonlian»!!

Otro clásico en París es visitar la Iglesia de Notre Dame. Queda en la Isla de la Ciudad, pero se llega en metro. También aquí pensamos que nos esperaba una cola tediosa que nunca existió. Había sí una larga fila, pero iba a paso ligero, y en menos de cinco minutos estábamos dentro de esta oscura basílica. Observamos atenta y silenciosamente cada detalle que pudimos entre la multitud, y en especial el negocio en torno a la fe que vengo viendo en cualquier templo de cualquier religión. Querés prender una vela a una imágen, monedita… querés una medallita de recuerdo, monedita… querés escuchar cantos litúrgicos, monedita

El milagro de las moneditas convertidas en velas

clin-caja!

La entrada a la torre (del Jorobado?) estaba cerrada aún, esperamos un rato largo escuchando a unos músicos que animaban la espera, pero el calor nos venció, y seguimos el paseo dándole la vuelta a la Iglesia. Por eso nos encontramos de nuevo ante la fachada, escoltada por una estatua de Carlomagno y un par de personajes llamativos: la señora de las palomas (como la de Mi Pobre Angelito), su marido, el hombre que odia a las palomas, y las palomas que se divirtieron con la pajarera de Bugayo.

El del fondo es el marido de la Sra de las Palomas, y las odia!

Yo en cambio jugué a ser Blancanieves por un rato con los pajarillos más pequeños 🙂

linda avecilla que comes de mi mano… y me haces cosquillas con tus patitas!

Este es el primer paseo parisino al que los saco, si les gustó hacemos algunos más 😉

Sobre El Autor

Soy Vito. De raíz riojana y treinta y pico de años. Viví también en Córdoba, Mar del Plata, Buenos Aires. Viajé por Nueva Zelanda, Cuba, Italia, Bolivia y otra veintena de países más. Pediatra de vocación y formación, y en los ratos que me hago entre el trabajo “serio” trato de aprender algo nuevo (tejer, cocinar, fotografiar, hablar otros idiomas, lo que sea). Amante del yoga (a.k.a. “profesora”), curiosa ayurvédica. Estudio y trabajo con la salud y la enfermedad, pero a mí lo único que me curó fue viajar. Una vez sentí que era hora de poner los pies en la tierra… y lo tomé demasiado literal, quizás.

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