Tuvimos varios privilegios en Europa, y uno de ellos fue vivir en Roma cual lugareños, de la mano de Julia, Pablo y su hospitalidad. No pudimos sentirnos más en casa: dulce de leche y milanesas! Tener un hogar como base de viaje es impagable, cambia totalmente la dinámica de la visita y el tiempo tiene otro peso. Cuando estás en un alojamiento pago sentís la obligación de vivir cada segundo al extremo porque literalmente vale oro. En cambio si podés estar en una casa, cual okupa como hicimos en lo de Julia, te relajás, descansás lo que necesitás, y algo tan sencillo como bañarte cuando querés te puede cambiar el humor.
Puertas afuera estaba ni más ni menos que Roma, y en un punto fue como volver a Buenos Aires por unos días. Es impresionante las similitudes que tenemos con los tanos en general, y muy particularmente el parecido romano-porteño llama la atención. Todo el día a las puteadas, caras amargadas porque sí, la ciudad más depelotada que las demás, por ser capital, claro. Para sumarle carga negativa Mariano llegó enfermo, y así estuvo los siguientes dos días. Ya me había tocado estar del otro lado del mostrador cuando me enfermé yo en Auckland, ahora me toco un papel mucho peor: ser la que está al lado del enfermo. Los médicos somos pésimos pacientes, pero si hay algo en lo que nos destacamos negativamente es como familiares de un paciente, mis colegas saben muy bien de lo que hablo. Una gran impotencia que vuele de fiebre por la madrugada y saber que la está pasando mal. Por suerte contamos, como para el resto del viaje, con la ayuda de Assist Med que se portó de lujo, y me permitió desmarcarme del rol de «la médica» que ya no sabía qué más darle para que le baje la temperatura o no se deshidrate, y limitarme a seguir las instrucciones del médico que lo vino a revisar a la casa (cosa muy difícil también para un médico!). Recordé por un momento los tiempos de visitas a domicilio, aunque yo no tenía smartphone para responder al código, al trabajo no lo extraño para nada!
Una vez que él se repuso en su salud y yo me comí todas las milangas de Julia, salimos a conocer la ciudad. Para ese momento, como buenos romanos, recibimos la visita de mi mamá en la capital italiana, así que la teníamos que llevar a los lugares que los turistas quieren conocer! La verdad que no sentíamos a priori mucha atracción por nada en particular, así que fuimos recorriendo los clásicos, el Coliseo y el Vaticano… y en el medio llegamos a otros rincones también famosos y dignos de conocer.
Ante todo, a Roma hay que ir muy preparados para el clima de fines de julio y principios de agosto: calor insoportable! Ropa ligera, protección solar, evitar ciertos horarios y aglomeraciones, y lo más importante, la hidratación. De las mejores cosas que tiene Roma es que hay bebederos por todos lados y el agua sale helada! Es una fiesta cada vez que te detenés en uno, y hace casi obsoleto el comprar alguna bebida, a excepción de la inversión incial para tener una botella que recargar 😉 .
La visita al Coliseo va de la mano con el Foro Romano. Se puede hacer en dos días con una misma entrada, pero para ambos paseos se necesita de bastante tiempo, en especial el Foro. No hay sombra disponible casi, así que hay que mentalizarse muy bien y guardarse para un buen refresco posterior a modo de premio. La entrada conjunta sale 12€, sin descuento que valga. El Coliseo, como su nombre lo indica es coloso, enorme, imponente, inserto en el medio de la ciudad, dan muchas ganas de verlo en su época de gloria y contexto. Hoy está con una ciudad moderna que lo rodea tímidamente, sin acercárcele demasiado, y reconstruido, lo que le quita un poco de emoción, ya que es clarísimo qué partes son las originales y cuales las restauradas. Hay que recorrer sus galerías, leer de su historia en las paredes internas viendo algunas de las ruinas conservadas, subir, bajar y verlo de todos los ángulos posibles. Es impresionante.
El Foro Romano es un gigantesco complejo que se desprende desde el frente del Coliseo hasta varios metros hacia arriba en la ciudad. Aquí tenía lugar a vida pública y religiosa en la era del Imperio. Los destacados en el paseo son el Arco de Tito, la vía Sacra, las ruinas del Foro propiamente dicho, y los parques que rodean al Palatino. El camino puede terminar saliendo hacia el Capitolio, donde uno se cruza como así no más con el lugar donde estuvo preso San Pedro, y la famosa estatua de Rómulo y Remo mamando de una loba… O mejor dicho, una réplica de La Loba Capitolina que se expone ahí mismo pero puertas adentro, en el Museo del Capitolio.
Mientras tanto se puede pasear también por el Panteón, creo que mi lugar favorito en Roma, donde descansan eternamente el Padre de la Patria italiana, don Vittorio Emanuele y el artista Rafael, entre otros. Es obligada la foto y lanzamiento de moneda en la Fontana di Trevi. Pasear por la capital de la moda, la Piazza Spagna; y las plazas del Popolo y Navona, ésta última con varias fuentes una de ellas homenajeando al Río de la Plata 🙂 .
Para ir al Vaticano hay que tomarse un subte (metro) y cruzar el río. Como todas las estaciones del metro en Roma, aunque se llame como el lugar al que uno quiere ir o, en este caso la salida tenga el nombre de nuestro destino deseado, hay que caminar algunas cuadras para encontrarlo. Mientras tanto aparecen los infaltables guías que tratan de captarte con la excusa de que si los acompañás no hacés las horas de cola bajo el sol que te esperan. Habitualmente es así, larga espera bajo el sol, por lo que fuimos armados de paciencia, y agua, pero para nuestra suerte ni bien nos pusimos en fila lo único que hicimos fue caminar lentamente hacia la puerta. No era demasiado temprano, pero era el sábado previo al último domingo del mes, cuando la entrada es gratuita, por lo que supusimos que muchos de los que estuvieran visitando la ciudad iban a hacerlo al día siguiente y nos dejaron más allanado el camino. De todos modos, una vez adentro, uno ve gente por todos lados.
Primero ingresamos al Museo del Vaticano, una serie de salas con distintas obras, desde cartografía, antiguedades, a pinturas y esculturas. La más interesante es la de Rafael, pintor que dedicó gran parte de su vida a los trabajos en esta Estancia, su primer encargo oficial, con tan sólo 25 años, y una de mis obras favoritas, fue «La Escuela de Atenas», riquísima en diferentes escenas con personajes sobresalientes en homenaje a la Filosofía, desde la antiguedad hasta sus contemporáneos, y un rasgo distintivo y genial: su propio autorretrato asomando en un rincón entre otros personajes. Supongo que es de lo que se inspiraron los editores de Caras para la clásica tapa de Los Personajes del Año…, no?
Peeero, la vedette del Museo del Vaticano es una sola e indiscutible: La Capilla Sixtina. Ideada por el Papa Sixto IV (por él su nombre), pintada por nenes como Boticelli, Perugino y, por supuesto, Miguelángel. Su famosa obra, La Creación de Adán es una de las nueve escenas sobre el Génesis que decoran la bóveda, sí, en el techo… Por estar habituada a ver imágenes en pantallas (y por qué no, alguna vez en algún libro), pensé que era algo que iba a ver detrás del altar, de frente, y no, hay que mirar para arriba y quedar con el cuello dolorido. Éste es el único lugar del Museo en el que no se puede sacar fotos, repito, NO SE PUEDE SACAR FOTOS…
Aquí también encontré al original de una de mis obras maestras (??) Entrega de las Llaves, del Perugino, que repliqué hace algunos años en un rompecabezas de miles de piezas que hoy decora el departamento de mi hermana (espero!).
Una vez finalizada la travesía por el Museo, llega la hora de ver la famosa Plaza de San Pedro, y la Basílica. Ambas enormes, tan grande la Basílica que es la más grande del mundo, y en su interior se ven las medidas de otras basílicas famosas, que por regla deben ser menores que ella, caber en ella. Aquí es donde a una, que no es muy fan de la institución eclesiástica que digamos, se le empiezan a poner los pelos de punta. El famoso Oro del Vaticano es tal, está ahí, bien ostentoso y dando asco. Pero como para balancear hay otra joya del Arte Universal (que también vale como todo aquel oro, tampoco se pagó a su autor como se usufructúa, pero no se robó a ninguna otra cultura del mundo…), La Piedad, de Miguelángel. Simplemente sublime. Simple, es la mejor palabra que la describe, y por eso de una belleza inconmensurable. También está en nuestro imaginario como más grande de lo que realmente es, y se termina diciendo que es chica, cuando tiene el tamaño de una persona real… y es una escultura de mármol! A lo largo de este viaje europeo, en iglesias y museos hemos visto otras interpretaciones de La Piedad de otros artistas, y la diferencia es abismal. La sensibilidad que tiene la imagen de la Virgen es única. La multitud agolpada allí desalienta a quedarse contemplando cada detalle, pero vale la pena tomarse un respiro y abstraerse del mundo en momentos así, stendhalísticos!
Después de ésto, el resto del Vaticano es para impresionarse e indignarse en iguales medidas y por las mismas cosas. Hay una sala subterránea para el mausoleo papal, y Juan Pablo II por su carácter de Beato tiene un lugar en una de las alas de la Basílica, y es por supuesto uno de los lugares más visitados por los fieles… y los no tanto también.
La verdad es que Roma fue de lo que menos nos gustó hasta ahora, pero repasando todo esto me doy cuenta de que esa impresión se debe a la belleza de las demás ciudades, y en parte a la porteñés que vivimos ahí. Pero no puede faltar en ningún recorrido europeo, definitivamente 😉 .
Si! Tengo el cuadro de la entrega de las llaves pero no decora la casa, esta guardado! para cuando tengamos un lugar donde ponerlo porque en el departamentito no entra! jaja