No sorprendo a nadie si digo que Camboya es de esos rincones olvidados por la buenaventura. No sé si la pobreza de cada rincón es muy distinta, o exactamente igual al retrato de la desigualdad que viví tantos años en el conurbano bonaerense… Y seguro también al de muchos otros rincones de nuestro país, «generoso» en lo que a injusticia social se refiere.
Aquí también está el que «vive bien», pero ése no llega al millonario lote de Puerto Madero, la riqueza también puede ser relativa.

Ya les conté de la historia sangrienta y reciente de este país (otro punto de contacto, deja vu), pero estoy en el lugar con la población más joven del mundo, sólo el 3% tiene más de 60 años, por lo que la edad promedio aquí, y se ve a cada paso, es de 20 años. Éste fue el resultado del plan «año cero» de la última dictadura en el país que borró del mapa a casi el 30% de la población, y esto sucedió hace menos de cuarenta años. La gran mayoría de los camboyanos tiene una relación directa con este episodio, y aún así hoy todos tienen algo en común: una enorme sonrisa y gran predisposición para lo que sea que uno necesite, aunque sea su hora 14 de trabajo.

Durante el viaje he tratando de meterme en la comunidad de cada lugar para entender como funcionan, especialmente los sistemas de salud y educación. Poco éxito he tenido la verdad. Y aquí me encontré con otra cosa, que me asombró y a la vez me llenó de escepticismo. La industria del orfanato. No sé cuántas de estas instituciones tendremos en Argentina, porque no son de público conocimiento y mucho menos de público acceso. Aquí sí. Es parte del tour, los templos de Angkor Wat y la pobreza, venga a ver como viven los que no tienen nada que perder… Y fui.

La historia empezó de otra forma. En la estación de tren de Bangkok conocí a Ian, un ser ultra positivo, un «claudiomariadominguez» gales, de profesión «payaso». Me dijo que iba a Siem Reap porque se había contactado con un hogar de niños donde iba a hacer unos shows y enseñar inglés. La oportunidad me interesó tanto como preguntas se acumularon en mi… cabeza. Pero resulta que más tarde las «casualidades» (existen?) me llevaron al hostal donde trabaja Andrew, un yanki adicto a varias cosas y recurperandose de pocas, que colabora con el hogar que Ian iba a visitar. Me prendí un día que terminamos donando un saco de arroz y cuadernos para los chicos, y así conocí al Sr Sok, su orfanato y los 33 hermosos niños que viven allí.

El Sr Sok estaba chocho de conocer a una médica, y habló largo y tendido sobre su proyecto de una clínica para la gente de la villa por lo que pronto recibiría a voluntarios estadounidenses que trabajarían con él todo un año. Jugamos con los chicos, Ian dictó su clase de inglés y almorzamos juntos.

Últimos juegos antes de ir a la escuela

Luego se fueron al colegio, nosotros volvimos al hostal y yo me pasé las siguientes horas leyendo con la intención de sacarme algunas dudas, y por supuesto terminé con aún más. Encontré la luz roja que intuía. El movimiento «Child Safe» de organizaciones como Friends International, avalada por la UNESCO, expone muchos de los miedos que yo tenía. Advierte sobre el negocio del «turismo de la pobreza» y las formas de no alimentar un sistema que puede estar perpetuando una pobre calidad de vida en lugar de mejorarla.

O ellos son muy persuasivos o yo muy sugestionable. Cuestión que la idea de estar «haciendo daño a los niños» me horrorizó. Mi cable a tierra me pegó un tirón y me volvió a la sensatez del término medio, así que sin descuidar los consejos leídos seguí disfrutando de los juegos en el patio de los chicos, recibiendo de ellos el sincero agradecimiento de su alegría.

Lo mejor llegó cuando los llevamos a un día de juegos, en un restó ambientado para que los niños disfruten del castillo inflable, varios juegos en el jardin, un pelotero, una mini sala de cine y otra de karaoke. Todos muy felices, yo incluída! Que injusticia que no hayamos tenido pelotero en nuestra infancia!

Sonrisas enormes en el castillo inflable

Una de las mejores imágenes de este viaje, el nene quedó fascinado con el payaso

La cosa no termina ahí. Hay otro negoción más para el que anda buscando oportunidades. Ya había leído bastante antes de viajar acerca de las posibilidades de voluntariado por el mundo. Me decepcioné bastante cuando vi los ceros que le ponen a la «voluntad». Asia, África, donde se busque, hay que poner unos 400 USD por semana para cubrir «gastos básicos», que aquí no superan la cuarta parte de esa suma. Pensé que estando en los lugares iba a conocer los sitios que realmente necesiten ayuda desde el conocimiento y la verdadera voluntad, y el amable Sr Sok me pidió extraoficialmente 200 USD… Desengañada me alejé sigilosamente de su organización.

Entonces fui a lo seguro, el Hospital de Niños. Fabulosa institución, admirable desde todo punto de vista, motivo de vergüenza para más de un nosocomio de los que conozco. Gracias a la buena organización y predisposición de la fundación «Friends without Borders»  conocí su historia y funcionamiento actual, y dejé varios cientos pero no de verdes, sino de rojos, el banco de sangre estaba sediento y desabastecido por la epidemia de Dengue. Y hasta ahí llegaron mis oportunidades en el hospital, porque el programa de voluntariado exige una aplicación con anticipación de nueve meses (!), si bien conseguí poder hablar con el coordinador y enviarle mi CV, la respuesta final fue «no positiva».

Mi última bala la gasté con otra fundación, Changing Lives, que publicaba una clínica rural donde se tomaban voluntarios del área de salud aún por períodos cortos de tiempo, pero la tal clínica por ahora existe sólo en la mente del Sr Dara, una gran persona con grandes (y buenas) intenciones sin dudas. Pero que todavía está en pañales. Fui con él a conocer el lugar donde trabaja junto con dos jóvenes camboyanos que voluntariamente enseñan inglés a los chicos. Me sumé a una de las clases a enseñar algo de cuidado e higiene personal, en inglés… El «profesor» no lo es oficialmente, ni sabe mucho inglés, pero de todos modos fue una experiencia divertida e interesante.

En fin, no es fácil ayudar y ser parte del cambio y pujo que tiene esta sociedad, pero vale la pena intentarlo y conocer de cerca estas otras caras de la linda y cálida Camboya.

Sobre El Autor

Soy Vito. De raíz riojana y treinta y pico de años. Viví también en Córdoba, Mar del Plata, Buenos Aires. Viajé por Nueva Zelanda, Cuba, Italia, Bolivia y otra veintena de países más. Pediatra de vocación y formación, y en los ratos que me hago entre el trabajo “serio” trato de aprender algo nuevo (tejer, cocinar, fotografiar, hablar otros idiomas, lo que sea). Amante del yoga (a.k.a. “profesora”), curiosa ayurvédica. Estudio y trabajo con la salud y la enfermedad, pero a mí lo único que me curó fue viajar. Una vez sentí que era hora de poner los pies en la tierra… y lo tomé demasiado literal, quizás.

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