Después de 22 horas de tren, pensé que ninguna cosa que pudiera pasar en Bangkok iba a ser ni por cerca «incómodo«. Los siguientes tres días me demostraron lo contrario.
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De la estación de tren Hua Lamphong salimos para donde no debíamos (con el equipo del tren: Austria, Holanda y Japón), y varios intentos fallidos después dimos con la info adecuada. Detrás del KFC está la parada del 53. Los bondis (colectivos, buses urbanos) de Bangkok se dividen entre los que tienen aire acondicionado y los que sólo tienen ventiladores. El chofer maneja sin distracciones, bastante tranquilos a la opinión de cualquiera que haya viajado por el microcentro porteño, o en cualquier lugar de Indonesia. El boleto lo cobra una suerte de azafata que va y viene por el vehículo cobrando a los pasajeros. Todo esto no es para informar sobre la movilidad en Bangkok, aunque sirve un poco, sino para que se ubiquen en la situación. Esta tierra tiene la fama de ser el lugar de «las mil sonrisas», lo dicen carteles por todas partes, pero esta chica, la «azafata» de nuestro bondi era una verdadera conchuda desgraciada! Y perdón por el lenguaje coloquial y vulgar pero no le cabe otra palabra. Así que pese a esta persona, conseguimos llegar cerca de donde queríamos. Pero no justo. Así que tuvimos que apelar a otros locales y sus amargas respuestas. El cuerpo no nos daba mucho margen. Estábamos sucios, acalorados y hambrientos. Hicimos una pausa para comer. Nos dimos por vencidos. Sin entender cómo encontramos lo que buscábamos: Kao San road, la calle de «la movida» viajera. Donde están todos los turistas, día y noche, y por ende, todo para el turista. Preguntamos precios por algunos hospedajes sin que nada sonara como queríamos, y nos separamos. Los varones se quedaron por ahí, y yo me fui con la holandesa, Eli, a buscar un hostel que le habían recomendado y sabíamos que era barato y tenía wi fi.

Nos costó otra larga hora encontrarlo, y nos esperó otra hora para tener una cama. El lugar se llama Overstay, aquí tendría que aplicar aquello de «si no tienes nada bueno que decir, mejor no digas nada», pero vamos a tratar de rescatar algo. Es un lugar en el que son más los que viven transitoriamente en la ciudad que simples turistas de algunos días. Muy barato y con wi fi, como ya dije. Tierra fértil para la creatividad y expresión artística, todas las paredes pintadas por pasajeros, una sala de música, un rincón con una exposición de fotos, un bar con una mesa de pool en la entrada. Creo que ahí terminan las buenas cosas, y estoy sorprendida de lo mucho que rescaté.

El dueño no estaba en la ciudad (creo que tampoco en el país). Habían quedado a cargo un irlandés, que me explicaba esto con ojos rojos, y Patrik, señalando a alguien que dormía en una mesa… Entre mi cansancio y su ingles-irlandés, sólo le entendí que teníamos que esperar para ir a la habitación. Me dio la contraseña del wi fi, y esperé. Vino más gente. Uno enorme con un casco de vikingo fue agredido dramáticamente por su «chica» que le vació un vaso de agua en la cabeza en medio de gritos en un idioma tipo alemán, y por supuesto Patrik se despertó… A las puteadas. La chica se fue dejando un portazo a su espalda, y entre todos hablaron un rato del episodio. Y más tarde Patrik dijo «uy, perdón, no me di cuenta que estaban esperando». Éramos las únicas desconocidas de la sala y con las mochilas en el piso, para mí estaba bastante claro, pero bueno.

Nos llevó escaleras arriba al dormitorio donde vive un chino renegado (se define a sí mismo como un «ser sin país»), y una yanki que a dos semanas de haber llegado, con planes de vivir varios meses en Australia, se dio cuenta que tenía que volver a USA… Camas con unas fetas de algo como colchón, sin ventilador si quiera (después robamos uno de una habitación vacía), y muy lejos de cualquier otro lugar como para salir corriendo.
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Y ahí me quedé. Mi misión en Bangkok era solicitar la visa de India, ya que mi vuelo a Europa sale desde ahí. Hoy no sé a que otros países voy a poder llegar después de Tailandia, pero al menos el día del vuelo tengo que estar en Delhi. El tema es que llegué a la ciudad el 30 de abril a la tarde, todo ya cerrado, y al día siguiente 1ro de mayo, todo cerrado en todo el mundo. Así fue como me gané dos días para disfrutar de Bangkok, y traspirar mucho! Después de una mini investigación fui a por unos templos.

Los principales están muy cerca entre ellos, por suerte, pero el factor temperatura se adueñó de la programación. Habiendo vivido muchos años y más veranos en La Rioja pensé que estaba lista para soportar calores varios, pero no. Deben ser «sólo» 35 grados, pero es tan agresivo que se sienten millones. Para el extranjero es fundamental mucho líquido, comer lo más fresco posible (muy posible gracias a que se venden frutas frescas de a montones y muy baratas en la calle), vestirse cómodo y moverse por la sombra, que no abunda.
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La primera parada fue en el Palacio Real, pero la entrada es tan cara que así como entré salí. Muchos se quedan sacando fotos desde afuera, pero esto es lo más «lindo» que se alcanza a ver.
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Adentro, 400 baths mediante, está la imagen del Buda de Esmeralda, accesible en todas las postales! Lentos pasos «más allá» llegué a Wat Pho, más conocido como el templo del Buda Reclinado. Pero es mucho más que la sala con la inmensa imagen recostada y muy impresionante. Es un complejo que alberga varias salas de oración, patios con estatuas, fuentes, galerías con más estatuas… Enorme, tanto que también aloja al Centro de Enseñanza y Conservación de la Medicina Tradicional Tailandesa, donde se puede aprender técnicas de masaje tai o simplemente relajarse y disfrutar de uno. La entrada cuesta 100 baths e incluye una botellita mínima de agua.
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La tercera parada en un recorrido «típico» es el templo de la Aurora, Wat Arun. Para llegar ahí hay que hacer un cortisimo viaje en barco para cruzar el río. Cuando llegué y antes de pagar los 50 baths de la entrada me di cuenta que me sentía mal. Vi que la gente subía las escalinatas del templo y supe que ese día no iba a hacerlo sin caer redonda, así que queda para el inevitable regreso a la ciudad.

Sobre la vida y, en especial la noche, de Kao San road se puede encontrar mucho en la web y guías de viaje. Mi impresión no fue grata. Si bien no deja de tener la comodidad de cualquier lugar preparado (armado) para el turismo, carteles y menús en inglés, me pareció un espanto. Muchísima gente (extranjeros 90%), música muy fuerte, vendedores de ropa, artículos varios, viajes, tragos, comida, y prostitución «a la carta», todo junto, en una misma calle, en una sola cuadra (o dos, no sé). Vergüenza ajena como mínimo, porque si hay tanto negocio en torno al «oficio más antiguo» es sin dudas porque hay mercado, y ese mercado son los turistas occidentales (tal vez no exclusivo, pero mayoría seguro). No puedo asegurar que no exista la historia de amor verdadero, pero la cantidad de parejas hombre occidental- mujer asiática que se ve es demasiado grande para pensar en romance…
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Finalmente tuve un día hábil. Bondi y tren, hora y media después llegué a la zona donde se encuentra la embajada de la India (y creo que todas las embajadas en Bangkok) y aprendí que aquí las esquinas tienen nombre y número, así que X al 23 significaba que en la esquina vigésimo tercera de la avenida X empezaba la calle donde iba a encontrar la embajada (5 cuadras adentro) para que el oficial de la entrada me dijera que para tramitar la visa tenía que ir a otro lugar. En ese embrollo conocí a Isaac, catalán que trata de unir Bangkok – Barcelona en moto y que ese día tenía mi mismo objetivo. Así que me subí a Roxana (su moto) y fuimos al lugar donde se tramita la visa para India.

Una hora aproximadamente de trámite simple, en el que hay que entrar y salir varias veces de la misma sala, pagarle a alguien para que llene un formulario on line que podría haber hecho yo gastando ese dinero en un rico y fresco trago… O varios en realidad. La buena de Asia es que es un buen lugar para ser argentino, ya les conté que tenemos más tiempo que los europeos en Tailandia, y esta vez tuve que pagar 530 baths, una quinta parte de lo que tuvo que pagar el español. El calor de ese día, como el de los demás, hizo que cambiara de opinión respecto de seguir paseando por la ciudad, y no sólo volver al hostel, sino armar la mochila y salir corriendo de la ciudad, en un escape digno de un capítulo aparte.

Sobre El Autor

Soy Vito. De raíz riojana y treinta y pico de años. Viví también en Córdoba, Mar del Plata, Buenos Aires. Viajé por Nueva Zelanda, Cuba, Italia, Bolivia y otra veintena de países más. Pediatra de vocación y formación, y en los ratos que me hago entre el trabajo “serio” trato de aprender algo nuevo (tejer, cocinar, fotografiar, hablar otros idiomas, lo que sea). Amante del yoga (a.k.a. “profesora”), curiosa ayurvédica. Estudio y trabajo con la salud y la enfermedad, pero a mí lo único que me curó fue viajar. Una vez sentí que era hora de poner los pies en la tierra… y lo tomé demasiado literal, quizás.

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