Siguiendo con la consigna de «escapar de Bangkok», volví a esa ciudad desde Ayutthaya sólo para irme. Por esas extrañas cosas del turismo era más barato volver a Kao San rd y tomar un bus desde allí que irme directo de Ayutthaya. Es así, en este viaje hay gran parte del tiempo (aparte de dinero) destinado a llegar desde A a B. Tenía unas horas de espera en la calurosa capital, pero encontré una sombra y una tía que me haga un tremendo bol de frutas, cereales y yogur. Llegó la hora de que el grupo que viajaba conmigo se reuniera y un lugareño nos llevó cual ganado por algunas calles al grito de «Chiang Mai», creo que me recibí de turista boluda en esa caminata.

Pero no estuvo tan mal, éramos unos 12 así que todos muy cómodos, hicimos una parada para cenar y vimos dos películas a todo volumen (las ves o las ves con ese volumen). Nos despertaron para informarnos que habíamos llegado a destino. Estábamos en una estación de servicio vaya uno a saber dónde. Lo único que me importaba en ese momento era ver salir mi mochila de la bodega del colectivo y así fue. A continuación el  colectivo desapareció y nos quedamos los 12 giles a merced de dos taxis que estaban ahí diciéndonos que vayamos a sus respectivos alojamientos. Era de noche todavía y el dato adicional es que en Chiang Mai no te hay bondi (bus urbano), así que si nos quedábamos era para tomar un taxi después. Nos fuimos con estos personajes. El viaje era gratis si te hospedabas donde te llevaban. El lugar la verdad que estaba bastante bien, pero a 150 bath la noche y yo sabía que había más barato, así que algunos se quedaron, otros pagamos el taxi y nos fuimos. Dar vueltas buscando alojamiento en la madrugada, aunque ya era de día, no es la idea más inteligente aquí: todos duermen y la mayoría de las recepciones están cerradas. Yo me quedé paseando con dos israelíes y una tana. Los chicos encontraron el lugar que buscaban y había wi fi en la recepción así que yo me quedé ahí también. Busqué las direcciones de los hostales baratos y esperé que fuera más tarde, para que abran y para que la lluvia que se había largado afloje.

La lluvia disminuyó engañosamente para hacerme salir de bajo techo. Me empapé tratando de orientarme en el pueblo, que en realidad es una gran ciudad, pero me estaba moviendo en un radio bien pequeño, que es la «Ciudad Antigua». Me cansé de mojarme y me detuve en un techo (no abundan), esperé un rato y ante la aparición de la primera lugareña madrugadora me saqué la duda de dónde estaba y hacia dónde debía ir. Así y todo no fue fácil. Pero llegué finalmente a «Yellow House», lindo, barato, y seco! Desplegué mis cosas mojadas y prendí la compu… El wi fi no andaba… La respuesta del recepcionista fue que era por la lluvia, deja vu de Ayutthaya donde cuando dejó de llover tampoco funcionó, así que me crucé al hostel de enfrente y me mudé a «Little Bird».

Eran las 10 de la mañana y yo hacia más de cuatro horas que estaba despierta y caminando. Muy cansada me tiré en la cama para no dormir porque me esperaba la buenísima noticia de que debía sacar mi pasaje a Venezuela para octubre. Feliz de la vida, la adrenalina y el enamoramiento me tuvieron despierta y al Skype. Llovió casi todo el día, pero a la noche pude salir a disfrutar un poco de la ciudad y rodearme de muchísima gente en el mercado nocturno. Los domingos es muy grande, varias calles llenas de todo, ropa, artículos de decoración y varios puestos de comida de los que probé de todo un poco!

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El día siguiente fue el reencuentro con Sabrina, mi amiga suiza que quizás recuerden de trekings neocelandeses como el Cruce del Tongariro, el Parque Abel Tasman o Punakaiki. Hermosas coincidencias de la vida viajera.
Arrancamos con el feliz descubrimiento de un puesto en el mercado que teníamos cruzando la calle, donde tomamos ricos desayunos de muesli, frutas y yogur. Con unas vueltas por el pueblo dimos afortunadamente con la agencia Sun Lunar Sand, donde conseguimos el mejor precio para un treking de tres días en la selva. Y ahí volvimos para sacar los pasajes de nuestros siguientes destinos.

Por la noche encontramos otro mercado del otro lado de la ciudad vieja donde nos enamoramos de los jugos y licuados de una flaca que los vendía por sólo 15 bath, precio invatible hasta ahora. Allí volvimos varias veces, por supuesto.

La travesía por la selva fue genial, y tuvimos la suerte de tener un lindo grupo, dos parejas formadas en viaje: un australiano con una sueca, y un birmano devenido en australiano con una yanki. Nuestro guía «Johnny Walker» quemado de la cabeza, a la hora y media de caminata declaró «me quiero morir!», a eso le llamo yo un buen discurso motivacional!

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El primer día había un paseo en elefante, que por suerte habíamos descartado de entrada, porque fue medio fiasco. Supuestamente una hora que como mucho duró unos 20 minutos. Almorzamos y comenzamos la caminata que nos llevó montaña arriba (bastante arriba) por unas tres horas, viendo tarántulas, bichos y plantas locas por doquier.

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La parada fue una aldea en la montaña donde nos esperaban extraños episodios. Esa noche después de cenar vinieron unos niños a cantar, y tal vez algo más. Cuestión que sólo nos iluminaban unas velas (no hay energía eléctrica), entramos a la «habitación» a buscar los elementos para lavarnos los dientes, y cinco minutos después, cuando regresamos todos los bolsos estaban revueltos. Me morí un segundo cuando vi mi «bolsillo de seguridad» totalmente vacío, pero al instante vi todas las cosas tiradas alrededor. Estaba todo, pero el dinero estaba en un sitio distinto de donde lo tenía originalmente… Pero todo. Ne, el birmano, no tuvo la misma suerte ya que le faltaron varios cientos de dólares y varios miles de baths, yo no tenía ni remotamente tanto dinero, pero estaban la cámara de fotos y la tablet. Una desgracia con suerte? Nunca entendimos cómo, quién, cuándo sucedió todo eso. Y durante la noche sólo sé que dormí porque no escuché ninguno de los extraños ruidos de pisadas y no sentí a nadie tocándome, como sí todo el resto del grupo. Fantasmas selváticos, perros, niños… Elijan su principal sospechoso.

El segundo día nos esperaba caminata hacia abajo, por más bien que suene fue igualmente duro, pero los «recreos» fueron mejores, dos cataratas. Literalmente serían caídas de agua porque no eran lo que uno se imagina como una catarata. La primera cerca de una aldea y unas granjas de donde robamos lichies, agua helada para un breve chapuzón y luego un almuerzo preparado como siempre por Johnny Walker, por lejos mejor cocinero que guía! La segunda cascada más pequeña y con un mini kiosko con el cartel del infaltable de «Seven Eleven», la cadena más numerosa en Asia.
El descanso final fue en un refugio donde pasaríamos una noche mucho más tranquila y sin sobresaltos. La noche cayó mientras cenábamos con una linda tormenta tropical y la alargamos jugando cartas.

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Para el último día nos esperaba la aventura en el agua, rafting, de poca complejidad, pero muy divertido. Almuerzo y a la camioneta para volver a Chiang Mai.
Tan cansadas como contentas, fuimos a un nuevo hostel donde tuvimos el placer de estar solas en el dormitorio («Diva«, así se llama y así nos sentimos!), y fuimos a cenar bien cerca de la tía de los jugos!
Al día siguiente los músculos nos dolían mucho más pero encontramos la actividad perfecta: curso de cocina tailandesa en la granja de Sammy! Excelente elección de principio a fin. El mismísimo Sammy nos buscó a cada uno de los pupilos por su alojamiento y nos llevó primero a un mercado, donde nos explicó las distintas variedades de arroz (como los asiáticos, no son todos iguales!), y vimos el proceso en vivo de la obtención de la leche de coco.
De allí a su granja sin escalas, a 20 minutos de la ciudad. Donde vive con su esposa co-maestra del curso, y sus hijos. Y donde abundan plantas y árboles que nos brindaron casi todos los ingredientes que necesitamos para nuestros platos. Es algo popular en Chiang Mai esto de los cursos de cocina, y todos con la misma metodología: un paseo en un mercado local y luego la preparación de algún plato elegido de cada una de las cinco o seis categoría: pasta de curry, curry, sopa, plato «revuelto/salteado», aperitivo, y postre. Mis elecciones respectivas fueron: curry rojo, curry de la selva, pollo en sopa de leche de coco, revuelto de pollo con albahaca, pollo en hoja de pandanus, y natilla (o flan) de calabaza. Para chuparse los dedos!

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No necesito ni aclarar que fue un día que disfruté muchísimo. Comimos tanto pero tanto… Probamos de todos los platos de todos, aprendimos mucho, y encima Sammy hasta programa una siesta después de comer en las hamacas que tiene perfectamente ubicadas en la galería… Un grande, muy recomendable.

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Esta es una parada imperdible en Tailandia, y por ello bien preparada para el turismo. Un excelente lugar para disfrutar de la cultura y gastronomía del país ;).

Sobre El Autor

Soy Vito. De raíz riojana y treinta y pico de años. Viví también en Córdoba, Mar del Plata, Buenos Aires. Viajé por Nueva Zelanda, Cuba, Italia, Bolivia y otra veintena de países más. Pediatra de vocación y formación, y en los ratos que me hago entre el trabajo “serio” trato de aprender algo nuevo (tejer, cocinar, fotografiar, hablar otros idiomas, lo que sea). Amante del yoga (a.k.a. “profesora”), curiosa ayurvédica. Estudio y trabajo con la salud y la enfermedad, pero a mí lo único que me curó fue viajar. Una vez sentí que era hora de poner los pies en la tierra… y lo tomé demasiado literal, quizás.

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