País muy muy muy ordenado. Gente como uno… Como uno que no es Argentino!
Todo es como debe ser. El pasto bien verde y siempre prolijamente cortado. Ni un papel en la vereda. Un hábito de reciclado envidiable, en todas las casas, hostels, y en la calle están por separado plástico, latas, vidrio, papel, cartón y orgánico.
Los autos van por la izquierda, eso no es natural. El volante tampoco está donde debería y más de una vez miré dos veces para entender por qué veía un niño sentado donde no me lo esperaba. Cruzar la calle es una aventura sólo porque no pude acostumbrarme nunca a mirar dónde correspondía, pero todos los conductores se detienen siempre ante un peatón, no sólo cuando están girando. Me tocó presenciar un cambio en las reglas de tránsito sobre el ceder paso al girar, comenzaba a regir un día x, y ése día todos ya estaban cumpliendola, sin que hubiera policía de tránsito en las esquinas para controlar. No escuché ni un bocinazo en todo el mes… Sólo una discusión callejera en Nelson, entre dos minas en la vereda, en ningún momento se agarraron de los pelos.
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Hay baños públicos por todos lados, y son más que respetables, pero más raro que la limpieza es que siempre hay no uno sino dos o tres rollos de papel… Parece que nadie se los lleva.
Las casas parecen como de papel, mucha madera y durlock, muchas (la gran mayoría) prefabricadas. Es mas seguro en caso de terremoto me dijeron por ahí. Sólo algunas casas de Auckland con rejas en las ventanas, en el resto del país, naranja.
La gente es muy buena onda. Siempre bien predispuestos a ayudar al desorientado extranjero, aunque el inglés que hablan es muy complicado de entender a veces.
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Hasta el otoño comenzó el día que debía comenzar!
En las plazas y parques hay expendedores de bolsas de plástico para la popó de los canes, creo que eso y unos escalones para atravesar prolijamente un alambrado fueron el colmo!
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No hay bichos… Más que algunos mosquitos, abejas, y unas muy molestas «sunflys» que pican y pica mucho, pero habiendo recorrido tanto sendero en medio de los montes, rainforest y toda la magia, no vi ni un bicho. Ahora mismo estoy escribiendo sentada en la arena con la comida en una bolsa y no hay ni una hormiga. Sí hay coyoyos! Los escuché las primeras dos semanas, después, con la llegada puntual del otoño se callaron.
No hay palomas, hay gaviotas. No hay perros callejeros, los pocos pichichos que vi todos tenían su collar, su correa y su ser humano.
No hay kioskos,  pero no tienen alfajores así que para qué tener un kiosko… Hay un par de cadenas de supermercados que están por todos lados, y algunos más mini. Venden cereales, caramelos, chocolates y frutas secas sueltas, para lo que hay unas bolsas tipo Ziploc, así qué me abastecí bastante bien de ellas (cuando me di cuenta, una semana antes de irme).
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Cosas perdidas: el shampoo y acondicionador quedaron en casa de Shannon en Wellington.
Kilos perdidos: no sé porque no encontré una balanza.
Km caminados: Muchos!
Peso de la mochila: 200 gramos arriba, mugre…
Km lejos de mis montañas: 9 mil y pico
Horas de diferencia con Haedo: 16

Sobre El Autor

Soy Vito. De raíz riojana y treinta y pico de años. Viví también en Córdoba, Mar del Plata, Buenos Aires. Viajé por Nueva Zelanda, Cuba, Italia, Bolivia y otra veintena de países más. Pediatra de vocación y formación, y en los ratos que me hago entre el trabajo “serio” trato de aprender algo nuevo (tejer, cocinar, fotografiar, hablar otros idiomas, lo que sea). Amante del yoga (a.k.a. “profesora”), curiosa ayurvédica. Estudio y trabajo con la salud y la enfermedad, pero a mí lo único que me curó fue viajar. Una vez sentí que era hora de poner los pies en la tierra… y lo tomé demasiado literal, quizás.

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