«Pancake Rocks» son unas formaciones rocosas producto de la erosión del viento y el mar en la Costa Oeste neozelandesa. Una de esas cosas que HAY que ver por estos lados. Están a pasitos de la ruta así que generalmente uno va viajando, se para, camina hasta los miradores (entrada gratis), dice «guauuu», se toma un cafecito en el bar de enfrente, o algo tipo almuerzo si está de paso con el bondi, y sigue viaje.
Bueno, yo me quedé dos días. Tres días/dos noches diría un agente turístico.
Punakaiki se llama el pueblo, y «pueblo» le queda grande. Son tres calles que nacen en la ruta y mueren a una cuadra, en la playa. En esas calles hay un par de hostels (2…), algo tipo un hotel, una taberna donde compramos el litro de leche más caro del mundo, y algunas casas. Sobre la ruta principal, «más allá», frente a la entrada del mirador está el sitio de información turística, un negocio de souvenires, el café/despensa, y pará de contar.
¿Por qué me quedé dos días? No sé. ¿Qué hice? Caminar, y mucho.


El primer día, unos 8 km a la vera del río Pororari. Con lluvia y por un sendero que me hizo comprender el concepto de «rainforest», porque ni selva ni jungla lo describen mejor. Llueva o no llueva, siempre llueve. Los árboles son tan altos que no dejan pasar la luz del sol, y guardan la lluvia para que cuando no llueve siga lloviendo por dentro, el piso muy mojado… Tierra mojada= barro. Barro= zapatillas sucias/pies mojados. Todavía no entiendo porque no me caí en ningún momento. El camino muy empinado por momentos hacía que tengamos que estudiar cada paso, buscar piedras o ramitas que parezcan estables para pisar y avanzar, pero muy lentamente. Y hacer eso fue la recomendación que recibimos cuando preguntamos qué podíamos hacer en un día lluvioso. Raro.
El clima siguió muy caprichoso ese día. Asomaba el sol, seguía lloviendo, se nublaba, no había un orden muy lógico. Siempre bastante fresco, por no decir frío.
En el hostel conocimos a Roman, un suizo que anda viajando en bicicleta. Con él fuimos por la tarde a una caverna formada bajo la montaña, casi 200 metros dentro, donde no llega ni una gota de luz.


Esa noche, si bien fue la primera vez que alguien envidiaba nuestra comida, una tortilla de papas con toda la furia, la nota la dio el viejo alemán que nos alegró la cena con sus historias y recomendaciones.
Al día siguiente el clima nos dio una tregua y el sol brilló sin una nube alrededor. Increíble. Pero no lo vimos mucho porque nos volvimos a adentrar en la selva… Rainforest, por si no nos había quedado claro. El treking que elegimos fue el doble de largo, y el doble de molesto. Tampoco me caí, pero terminé con las zapas forradas en barro.


Por suerte algo de sol ligamos en las últimas horas del atardecer, en recompensa al esfuerzo. Un japonés me hizo feliz con unos caramelos de dulce de leche. Cocinamos una copiosa ensalada con casi todo lo que teníamos porque fue nuestra última cena juntas y teníamos todavía muchas cosas compradas en común, y a la cucha temprano, porque las casi cinco horas de caminata se hacían sentir en el cuerpo.
Ah, y casi me estoy yendo sin contar sobre las Piedras Panqueque, justamente la atracción del lugar. Fuimos el primer día, ni bien llegamos, porque era el último coletazo de la marea alta, y ése es el mejor momento para verlas, porque a la rareza de esas piedras que parecen láminas de roca superpuestas se le agrega el show de los «blowholes». No sé cómo traducirlo. El tema es que bajo esas formaciones de piedra hay unos túneles por donde el agua se mete con cada ola, ya estar la marea tan alta en un mar bastante revuelto, la salida más rápida para el agua des esos túneles en vez de volver por donde entró, es salir disparada hacia arriba, así:

Una cosa de locos, y el ruido del agua cuando entra en esos túneles, parece una bomba bajo los pies!
Fui de nuevo antes de irnos, y pude comprobar que sin marea alta es bastante aburrido… Así que a cruzar los dedos cuando estén llegando, en esos días la marea alta estaba desde la medianoche hasta el mediodía.
El viaje de ida desde Punakaiki tuvo una primera parada en Graymouth a los 45 minutos aproximadamente, ahí Sabrina tomaba otro cole hacia Christchurch, así que fue la despedida de este equipe de traking, y de una buena amiga del camino.

Sobre El Autor

Soy Vito. De raíz riojana y treinta y pico de años. Viví también en Córdoba, Mar del Plata, Buenos Aires. Viajé por Nueva Zelanda, Cuba, Italia, Bolivia y otra veintena de países más. Pediatra de vocación y formación, y en los ratos que me hago entre el trabajo “serio” trato de aprender algo nuevo (tejer, cocinar, fotografiar, hablar otros idiomas, lo que sea). Amante del yoga (a.k.a. “profesora”), curiosa ayurvédica. Estudio y trabajo con la salud y la enfermedad, pero a mí lo único que me curó fue viajar. Una vez sentí que era hora de poner los pies en la tierra… y lo tomé demasiado literal, quizás.

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3 Respuestas

  1. Kiki Eme Ese

    Increíble este lugar. Efectivamente se ve que es un lugar muy visitado porque encontré muchas fotos de las “Pancake Rocks”.
    Buena descripción del fenómeno de las “blowholes”, que terminé de conocer con ayudita de unos buenos videos en yuotube … con un equipito de «Sensurround» hasta podría experimentar la vibración del suelo bajo los pies.
    Y la explicación de la esencia del «bosque lluvioso» me divirtió 😉

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