También se podría llamar «El poder de la epidemiología», pero es un nombre muy ñoño.
Cuestión que llegué a Auckland con un hermoso día, unos 27 grados en el ambiente, pero 37.3 en mi interior, si nada más y nada menos que 37.3, apenas dos «líneas» más que cuando me había controlado la temperatura antes de salir de Fiji. Qué me llevó a tomarme la temperatura? Lo miserable qué me sentía! Débil como un papel. En realidad en los últimos dos días en la isla no había estado muy óptima qué digamos, pero lo atribuí a que había estado haciendo más ejercicio de lo habitual y durmiendo no muy cómodamente, entonces me parcia lógico que me dolieran la cabeza y los músculos.
Pero lo que estaba comenzando a suceder ese día era otra cosa. Me empezó a doler la garganta, y la temperatura se elevó lentamente. El aire acondicionado del aeropuerto y luego del bus que me llevó al centro me parecieron una tortura directamente. Los pelos de punta. Cuando me bajé busqué la campera y así recorrí unas cuadras de esta ciudad que creo que me va a encantar. Tuve que hacer un par de descansos, porque las articulaciones no estaban de acuerdo con ese ejercicio y sólo me pedían una cama. Hasta que finalmente llegué a mi hostel con la buena suerte de que en la recepción trabaja una chica de Necochea y un chileno, así que al menos no tenía que esforzar mi hirviente sesera en hablar inglés.
Una vez que dejé mis cosas me ocupé de llamar a la asistencia al viajero para que me consigan un médico. Era muy simple, una angina pedorra que se hubiera comenzado a solucionar de haber tenido la brillante idea de traer una azitro, pero me preocupé tanto por los antimaláricos y los repelentes que me olvidé lo más simple.
Las idas y vueltas con el seguro de la tarjeta de crédito me cayeron tan mal como la fiebre misma. Los «40 minutos como máximo» para saber cuál era el lugar de atención más cercano, se transformaron en más de una hora, y para ese momento, los consultorios médicos de la cuadra siguiente ya estaban creados, por lo que debía esperar hasta el otro día, a menos que empeorara y necesitara atención de urgencia, que no era el caso. Una vez terminadas todas las llamadas me fui con lo que quedaba de mi a acostarme, dipirona mediante, y lo que siguió fue un show.
No me tomé la temperatura porque realmente no podía ir hasta la mochila y conseguir el termómetro, pero no me sorprendería que hubieran sido «sólo» 38 grados… O 40. Acostada no conseguía ni dormirme, ni ponerme cómoda siendo que estaba en la cama más cómoda de las últimas semanas. Me tapé con un acolchado porque creía que me iba a morir de frío. Podía percibir cada músculo, cada superficie de las articulaciones que me dolían al menor movimiento, y pensaba en la fiebre rompe huesos! Y como no pensar en aquel pequeño fijianito con el que compartí un coco y luego le vi la cara literalmente llena de mocos…
Me controlaba la frecuencia cardíaca y notaba la respiración acelerada, pero no tanto. No me pude dormir. Me imaginaba la sangre caliente llena de los químicos pirógenos batallando en mi defensa, grosos! Esperaba las alucinaciones pero sólo llegué a un nivel de pseudo paranoia en la que aparte de recordar aquel Aedes aegypti que cenó en mi brazo una tarde en la isla, movía mis pies cada tanto, para chequear la movilidad y sensibilidad y mantener al fantasma del Guillain Barré lejos, después de tanta vacuna. Y en los exactos 45 minutos desde que había tomado la dipirona empezó la defervecencia. Horrible también. Me empezó a hacer un calor insoportable. No estaba sola en la habitación así que no pude ponerme en bolas como hubiera querido y me chivé todo. El dolor de cabeza fue desapareciendo, y los músculos dejaron de hacerse sentir.
Me dio hambre y fui a por mis alimentos! No muy afortunada mi selección ya que por más hambre que tuviera la garganta no iba a permitir el paso a sólidos por un par de días.
El segundo día fue por fin la hora de ir al médico. La consulta en Medicina del Viajero y un control ginecólogico eran mis únicos recuerdos como paciente en los últimos 5 años… Y ahí estaba, en la sala de espera del centro City Med esperando el llamado del Dr Peter Morton! Consultorio muy top, historia clínica informatizada, interrogatorio concreto, simple, termómetro de oído que marcó 38.2 (y yo me sentía bárbara a comparación de la tarde anterior!), auscultacion clara, oídos s/p, y una alta angina con faringitis exudativa. Me dio el verso universal de angina autolimitada, virus vs bacteria, pero por suerte concluyó que como estaba viajando sería mejor que me recuperara rápido y me indicó tratamiento antibiótico. Recién cuando le vi intenciones de clavarme diez días con amoxicilina le dije que era pediatra, y le pregunté muy inocentemente si por esas tierras no estilaban usar macrólidos. Fue hasta su vademecum personal para confirmar mi sugerencia y con alegría descubrió que en sólo tres días podía tenerme totalmente recuperada. «Es mucho más simple para el cumplimiento en adultos, por eso lo usamos así a veces», me excusé, mientras cerraba el puño con fuerza por la conquista lograda. «Pero claro, voy a empezar a tenerlo en cuenta!» dijo «Piter» y nos despedimos.
La joda me salió 45 dólares, no tuve que pagar por la consulta (menos mal, porque salía 59 mangos neozelandeses), y en teoría me van a devolver el dinero de la droga «cuando vuelva a Argentina»… Así que tengo un papelito que vale 45 dólares y que no tengo que perder en los próximos x meses, yupi!
48 horas después ya estaba con unos bellos 36.2 y tolerando alimentos sólidos nuevamente.
Moraleja: no saldreis de vuestro hogar sin una buena provisión de azitromicina del amor.
Fin.

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Sobre El Autor

Soy Vito. De raíz riojana y treinta y pico de años. Viví también en Córdoba, Mar del Plata, Buenos Aires. Viajé por Nueva Zelanda, Cuba, Italia, Bolivia y otra veintena de países más. Pediatra de vocación y formación, y en los ratos que me hago entre el trabajo “serio” trato de aprender algo nuevo (tejer, cocinar, fotografiar, hablar otros idiomas, lo que sea). Amante del yoga (a.k.a. “profesora”), curiosa ayurvédica. Estudio y trabajo con la salud y la enfermedad, pero a mí lo único que me curó fue viajar. Una vez sentí que era hora de poner los pies en la tierra… y lo tomé demasiado literal, quizás.

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6 Respuestas

    • Vito

      Sí, se comieron un apellido, me di cuenta tarde, espero qu en el seguro no se hagan los giles x eso! Surf n snow es el nombre del hostel, vendría a ser mi dirección en la ciudad.

      Responder
  1. angelica

    jaja todos esos pensamientos de los pirogenos son muuuy de medico… nos volvemos unos paranoicos totales..y cuando vienen a tu consul con anginas medio muertos pensas «para flaco es una angina nada mas»

    Responder
    • vitosm

      Jajaja, sí, tal cual. Hace un par de meses tuve angina y volví a tener fiebre… desde ese día en NZ que no tenía fiebre… fue horrible! Pero me vino muy bien para reconectar con la empatía necesaria para trabajar mejor.
      Saludos!! (ahora te respondo tu mail 😉 )

      Responder

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