La continuidad de la vida playera fue lo más. Levantarme para el desayuno,  pegarme el primer chapuzoón aprovechando que Inti estaba tranquilo, nadar un largo rato entre pescaditos de colores en aguas increíblemente transparentes y cálidas. Después ver que hacer en la isla.


Mucho de mi tiempo fue ir a la escuela. Con el recambio turístico en el hostel llegó una maestra de inglés canadiense de unos 60 años, y pensé q iba a estar buenísimo ir con ella,  pero no. Se presentó ante los alumnos que no paraban de saludarme diciendo «Victouria» y «Aryentina», y nos pidió a todos los invitados que nos retiremos para q ella de su clase sin espectadores… Creo q nunca me sacaron de una clase, ahí está la primera vez!
Con eso aprovechamos para ir a otra de las aulas, donde están los más peques. Se presentaron de a uno, y luego nos presentamos nosotras. Cantaron, leyeron, y nos invitaron para después del almuerzo a participar del «día deportivo», una vez a la semana, las últimas dos horas, todas las clases se reparten por el patio a jugar.
Y eso hicimos. Por suerte me acordaba varios juegos que le vi hacer a los profes en la colonia, así q hicimos algunos de esos, y después me quedé con un grupo de nenas a jugar al voley.  El fijiano, del tamaño que sea, te juega muy bien al voley!


Al otro día, la tranquila vida de vacaciones que venía llevando se vio interrumpida por mi primer pacientita (y única hasta ahora). Volvía de casi una hora de skype, en una nube de pedos,  cuando me encuentro con una de mis compañeras de habitación que para mi gran asombro me estaba buscando. Se había enterado que una de las niñas no había ido a la escuela por tener lastimado un pie, y me preguntó sí podía verla. Fuimos a una de las casillas de la villa, la abuela nos dejó pasar y en una especie de galería o quincho estaba ahí, con la pata que tenía al menos el doble del tamaño y una lesión en la planta del pie que en cualquier momento explotaba. Le dolía más de lo que reconocía y le costaba caminar. Según ella que la noche anterior se había golpeado con unas piedras en el mar… Como primera medida fuimos a ver a la enfermera de uno de los hoteles que nos explicó que sólo podía atender a los turistas, y que no podía ir a ver a la niña, teníamos que llevarla como pudiéramos. No era lejos, pero la chinita no podía caminar y tenía sus 11 años bien puestos. Entre dos nenas más la ayudaron a llegar hasta ahí a ver sí la enfermera podía ayudarnos al menos con una limpieza de la lesión, ya nos había adelantado que para antibióticos (que es lo que necesitaba) necesitaba la receta de un médico, o sea, ir a la isla principal, a Nadi. Cuando le vio la pata se dio cuenta que yo no le exageraba y coincidimos que necesitaba drenarse, pero ni lo podía hacer ella ni podía facilitarme el material para hacerlo yo, aparte que una vez drenado sí o sí necesitaría empezar los antibióticos, que no teníamos. Volví adonde estaba la abuela y traté explicarle, aunque la señora no casaba un bolo de inglés, así que las nenas eran mis intérpretes. Le dije que era serio, que necesitaba ir al médico y comenzó con la medicación cuanto antes, ni se inmutó. Nos tuvimos que encargar nosotras de conseguirle dinero y lugar para la nena y una prima en uno de los barcos de la tarde. No podía ir sola y de no quedar internada, necesitaba con quién quedarse en Nadi. El barco salió sin ella, ya que sólo juntamos dinero para uno de los boletos, y con gran sorpresa vi la indiferencia con la que rechazaron la opción de llevar a su acompañante gratis. Realmente me sorprendió que entre ellos nos ayudaran, pensé primero que nosotras no debíamos meternos porque no debía ser la primera vez que alguien necesitaba un médico y sabrian como resolverlo, pero la abuela no hizo absolutamente nada por encontrar una solución, y nadie más de la comunidad la ayudó para que pudiera viajar ese mismo día… Ni el siguiente. Recién al otro día se fue, y yo me fui sin saber como había terminado la historia.
Mi historia en la isla terminó con la mayor tranquilidad. Por suerte en los últimos dos días llegó a uno de los hostels vecinos Raquel, una chica peruana que está viviendo en Australia. Así que pude descansar mi cabeza inglés un rato, aunque ni yo me entendía hablando en español ya!


Volví a Nadi con cero ganas de dejar la vida playera. Volví a los de Diane y me encontré en su casa con una pareja de chicos de Alemania y luego en la tarde llegó un alemán y una noruega. Vimos mis fotos, comimos un poco de curry de pollo, tomamos y comimos unos cocos, vimos una serie ochentosa malísima y luego un poco de la entrega de los premios Oscar, algo que me pareció de lo más bizarro después de lo que había vivido en la isla. Era una retransmisión, lo veo todos los años, pero esta vez me pareció un circo más que nunca, y me fui a dormir. En unas horas un taxi me pasaría a buscar para llevarme al aeropuerto y dejar Fiji…

Sobre El Autor

Soy Vito. De raíz riojana y treinta y pico de años. Viví también en Córdoba, Mar del Plata, Buenos Aires. Viajé por Nueva Zelanda, Cuba, Italia, Bolivia y otra veintena de países más. Pediatra de vocación y formación, y en los ratos que me hago entre el trabajo “serio” trato de aprender algo nuevo (tejer, cocinar, fotografiar, hablar otros idiomas, lo que sea). Amante del yoga (a.k.a. “profesora”), curiosa ayurvédica. Estudio y trabajo con la salud y la enfermedad, pero a mí lo único que me curó fue viajar. Una vez sentí que era hora de poner los pies en la tierra… y lo tomé demasiado literal, quizás.

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