No fuimos a la selva desde Misahuallí, desde donde se pueden hacer muchas cosas entre las que seguramente no figura en ninguna guía de turismo, simplemente caminar sin llegar a ningún lado. Sólo por el placer de caminar, deleitados por los sonidos de miles de insectos invisibles, ni seguramente hablan de pasar las horas de la noche charlando con Carmen y Pedro, nuestros flamantes amigos españoles con quienes compartíamos cervezas en el piso de la plaza, la plaza dominada por los monos. Tampoco mencionaran una palabra sobre festejar un aniversario de amor bajo la luz de la luna, en la playa del río, comiendo salchipapas… De esta ciudad tan pequeña, se recomiendan muchas otras cosas de las cuales no hicimos ninguna, la verdad. Y con nuestros amigos nos fuimos a dedo hacia el Coca…

Los niños juegan en el río

Los niños juegan en el río

El viaje fue quizás uno de los más lindos, en especial el tramo entre la Y , de la vía a Quito, y Loreto, que se trepa por las verdes montañas por pendientes de hasta 45 °, de donde se pueden desprender interminables valles o cascadas de cuento. Los arroyos nos acompañaban mientras nosotros no resistíamos la tentación del viento pegando duro en la cara, parados en la caja del camión que nos regaló, sin saberlo, uno de los recuerdos más gratos de este país.

Ya en Loreto las sonrisas dieron paso a un fastidio instantáneo por el shock de calor al llegar a ese pequeño horno terrestre. Almorzamos bien baratito en un mercado y seguimos rumbo a nuestro destino. «Orellana, el último paraíso» dice un cartel, y se refiere, quiero creer, a la provincia entera… porque lo que es su ciudad principal, Puerto Orellana, «El Coca», es uno de los lugares más horribles que me tocó conocer. Todo lo lindo que habíamos vivido en ese día desapareció más rápido de lo que revienta una burbuja. Al menos seguíamos con Pedro y Carmen que nos hacían reír, y mucho. El pueblo es feo, la gente muy poco amable y siempre buscando la forma de sacar una ganancia extra. El primer hospedaje fue una pesadilla, cuando llegamos a dormir el encargado estaba borracho, el baño vomitado y la habitación de los chicos «usada«. No tardó en aparecer el ente responsable del vómito, era nuestro vecino de piso y tenía mucho más que brindar. Mochilas al hombro salimos (o huímos?) en busca de nuestra dignidad. Pero no la íbamos a encontrar. El otro lugar que se acomodaba a nuestro presupuesto no era mucho mejor. Las sábanas dejaban serias dudas de la higiene del lugar y el baño las confirmaba. Era tarde, y no teníamos otra opción, bajamos la cabeza y dejamos que el cansancio del día nos hiciera olvidar donde estábamos.

Al día siguiente los chicos se fueron (o huyeron?). Quedábamos solos para intentar negociar algún paseo que nos adentrara a la selva. Pero lo bizarro aún tenía un capítulo más. Cuando una torrencial lluvia nos sorprendió en medio del puente sobre el Río Napo e hizo que llegáramos empapados al mercado que se improvisa a sus pies, me senté para intentar que la frustración escurra tan rápido como el agua por mi ropa. Junto a mí una de las vendedoras tenía la llave de mi sonrisa: achotillos, ni más ni menos que mi vieja adicción asiática, los leechys! Le di a probar a Mariano, quien en pocos segundos ya tenía una vasija de barro en la mano. Se la estaba dando un señor de dicción inestable quien se presentó con la siguiente frase «disculpenmé, a las 10.30 de este domingo (mientras miraba su reloj, claro), les hago entrega de esto en nombre del soldado blalalala (nombre inentendible)». Señaló hacia un rincón donde se levantaba una mano. Nos saludaba a la distancia un soldado a quien pronto nos acercamos. (Vale aclarar que al regreso del paseo por la selva tuvimos una experiencia mejor, gracias a Esteban que nos recibió en su casa por Couchsurfing, acompañados de Esther 😀 ).

En torno a una mesa se sentaban varias personas. Sobre la mesa un balde transparente muy grande con un líquido blancuzco y lechoso. Lo servían en unos cuencos y lo tomaban, ininterrumpidamente. «Chicha de yuca» nos comentaban los intoxicados bebedores. Del resto de la charla entendimos la mitad o menos. La mezcla del quechua, el español y la chicha no la dominamos aún. El soldado estaba convencido que nos conocía, «anoche tuvimos una conversación», afirmaba. No nos atrevimos a contradecirlo, por supuesto. Nos limitábamos a hacer de cuenta que bebíamos el desagradable líquido ritual. A mi lado un jóven aún adolescente perdía la cara en el cuenco bebiendo y luego permanecía quieto, con los ojos cerrados y las manos tensas. En frente mío, una mujer le daba el pecho a su hijo mientras, sin mirarlo, bebía también extasiada. Los personajes se sucedían y superaban a nuestro alrededor. Y era sólo uno de los varios puestos de chicha. Debajo de la mesa, un balde aún más grande contenía una mezcla mucho más concentrada que una mujer sacaba para rebajar con agua y hielo, el olor de toda la escena, por la chicha, por la lluvia, por el Coca, era nauseabundo. Nos habían hablado de este líquido, casi sagrado, que beben los indígenas de la zona desde la madrugada, para “despabilarse”, en cualquier festejo, o simplemente por que sí. Se fermenta entre otras cosas con saliva, por lo que no sería lo más bromatológicamente aceptado, pero si no nos entregamos a estas experiencias… qué hacemos viajando!? Ahora puedo decir con conocimiento de causa: es horrible.

Patricio, el propietario de una de las tantas agencias de turismo de la ciudad, no quería flexibilizarse en el regateo por la excursión a la selva, pero al menos se apiadó de nuestra virtual «situación de calle» (no queríamos volver a pasar la noche en el hospedaje que lidera nuestra lista de “peores antros de Latinoamérica y el Mundo”) y nos dejó pasar la tarde y la noche en la agencia. Por la mañana había que madrugar para conseguir asiento en la lancha-colectivo que todos los días hace el recorrido entre el Coca y Nuevo Rocafuerte por el Río Napo para llevarnos más cerca de nuestro objetivo: el Parque Nacional Yasuní.

Hacia la selva y más allá!

Hacia la selva y más allá!

13 horas de lancha no son para cualquiera… y casi 15 de regreso menos. Es un andar monótono por el río marrón, con selva y algunas comunidades en las orillas y, claro, las torres de la discordia. Cada tanto asoman y demarcan los pozos petroleros explotados en la región. Cuando estuvimos en Quito el clima estaba candente por la reciente decisión del gobierno de explotar “menos del 1/1000” del Yasuní. Mucha gente (jóvenes en su mayoría) se movilizaba diariamente a la plaza principal para repudiar esto. Se movilizaban en sus bicicletas por las calles pavimentadas de la gran ciudad, compartiendo su actividad en las redes sociales con sus teléfonos inteligentes, tomando fotos, y seguramente habiendo desayunado lo que más les gusta o entre clases de su carrera elegida en la universidad… Todo resultado de la principal riqueza del país: el petróleo. Me pregunto cuántos de esos manifestantes o de los miles de indignados en el primer mundo por este tema habrán formado parte de la colecta económica que planteó el gobierno cuando expuso al mundo su propuesta Yasuni- ITT? La desconocían como yo? Supongo que hay cosas que no se viralizan tanto por Facebook… Nosotros incluso, mientras estábamos en la capital, formamos parte más de una vez del grito “el Yasuní no se vende”. Pero al llegar al lugar tuvimos otra perspectiva de las cosas.

¿Alguien sabe qué quiere la gente que vive en las inmediaciones del Parque? Parece que no, porque la gente de allí se mostraba ansiosa de que llegue “el progreso”. De no depender de una única lancha diaria para llegar al mercado más cercano donde adquirir los productos de primera necesidad. De tener también las carreteras de primer mundo que hay en el resto del país. De tener servicios básicos para poder refrigerar sus alimentos o medicaciones, escuelas con maestros pero también con techos y paredes completos que no se inunden con la continua lluvia de la selva. Quizás hasta les gustaría tener un hospital… y no esperar la lancha sanitaria que los saque al helipuerto más cercano en caso de emergencia. Sí, todo es muy discutible. El problema madre es creer que progreso es cemento. Pero por aquí anda la llamada (ignorada y temida) autodeterminación de los pueblos: el territorio es de ellos, así como sus riquezas. Si éstas son explotadas, por entidades privadas (como más de la mitad del territorio original de Yasuní desde hace décadas) o por el estado, tienen derecho a ser los primeros beneficiados, o no?

La selva es lo que es gracias a esto, la lluvia!

La selva es lo que es gracias a esto, la lluvia!

Con toda esta problemática revoloteándonos en la cabeza nos fuimos con Ronnie, nuestro guía, a la selva. Habíamos acampado en su casa en Rocafuerte y salimos temprano por la mañana en su lancha por el Napo hasta llegar Jatuncocha (Laguna Grande), donde armaríamos campamento base. El viaje de unas 3 horas tuvo muchas paradas: espiar a los delfines rosados del amazonas es una misión que requiere de paciencia y astucia. Ronnie la tiene muy clara con esto. Distinguía los lomos y sabía en qué dirección nadaban, “Va a salir por allá”, señalaba… Y por allá salía!

No sólo te ubica delfines, Ronnie también te pesca pirañas!

No sólo te ubica delfines, Ronnie también te pesca pirañas!

Más adelante nos encontrábamos con un tapir o una simpática familia de nutrias que respondían a su chillido. Allí, sin haber puesto aún ni un pie en la selva, empecé a sospechar qué era lo que más me gustaba de ella… Navegarla.

Después de armar la carpa y tender un techo para lo que sería la cocina del campamento nos fuimos otra vez río adentro para la primera caminata. El piso es un colchón de hojas, el cielo esta cubierto por un techo de hojas, alrededor te tocan, miran y hablan miles de hojas de cientos de plantas. Todas me parecen distintas. Menos sus gigantescos y ancestrales ceibos… Si mirás a un lugar fijo más de 30 segundos se empiezan a distinguir ranitas, hormigas, arañas, todas estratégicamente camufladas. Hay más de cien mil especies de insectos por hectárea! La famosa Ley de la Selva se pone de manifiesto. Todo puede ser víctima o victimario. Todo puede ser alimento o veneno. ¿Qué me pasaría por la cabeza si me pierdo sola aquí? Me muero! Ya estando acompañada me siento bastante amenazada. Claustrofobia es la palabra que mejor describe la selva para mí. Después de algunas horas aprendiendo de Ronnie y admirada de su capacidad de orientación en esta maraña de verdes, ya siento la sed de aire fresco. Justo a tiempo, salimos nuevamente a nuestra embarcación.

Se le llenó la casa de agua...

Se le llenó la casa de agua…

Sin palabras...

Sin palabras…

La cena es sólo un pretexto para hacer tiempo a que caiga la noche, y su consecuente plaga de mosquitos e insectos voladores molestos. Pero es uno de los momentos más esperados: la hora del caimán. Estos reptiles se pasan el día sumergidos en el agua o en algún escondite de por ahí, y por la noche salen para aprovecharse de sus presas más indefensas. Y nosotros los podemos encontrar apuntando la linterna a las orillas del río, donde empiezan a destellar los reflejos de sus ojitos. La mayoría son pequeños… pero donde hay niños están los padres, así que nos movemos con precaución hasta encontrar un adulto de varios metros que pasa sigiloso muy cerca (demasiado cerca!) de la canoa. Son un par de horas alucinantes. La adrenalina de la búsqueda, en la tranquilidad infinita de la noche, las estrellas que se confunden con las luciérnagas o con su mismo reflejo en las aguas calmas de la Laguna Grande, inmensa, vasta, riquísima. El ruido de los insectos nos abraza y arrulla para pasar una noche inolvidable. Nunca estuve tan agradecida a nuestra carpa por su integridad y por mantenerme fuera del alcance de las alimañas que seguramente nos rodeaban!

¿Quién anda ahí?

¿Quién anda ahí?

Por la madrugada el panorama es insuperable. La intensa y espesa niebla da una imágen surrealista y fantasmagórica de nuestro entorno. No hay desayuno aún, primero hay que disfrutar del espectáculo favorito de Ronnie: las aves. Las grandes protagonistas del paseo y toda una revelación para mí. Siempre me pareció un tanto aburrido eso de observar aves, uno piensa en la selva y se imagina mamíferos, reptiles e insectos exóticos (que los hay), pero las aves aquí son muchísimas, esta región alberga un tercio de toda la avifauna de la cuenca amazónica, y lo mejor es que son mucho menos tímidas y escurridizas que los monos, por ejemplo. Basta un poco de práctica para saber qué palos prefieren, qué ruidos hacen, en qué horarios se juntan. Ronnie sabe todo esto, y nos lleva con precisión para no perdernos detalle. Nos explica cada hábito que las hace particulares, sus colores, sus picos, si andan solas o en bandada. Se lo nota apasionado y eso no tiene precio. Por lo general no tengo suerte con los guías, pero esta vez es la excepción.

El día se va entre más caminatas en la humedad agoviante y paseos de ensueño por los ríos. Mi momento favorito es ése en el que por alguna razón Ronnie decide apagar el motor y remar… El sonido del remo en el agua, de algo caminado por las hojas cercanas, de las aves huyendo ante nuestro paso, de las tortugas zambulléndose desde sus palos de tomar sol.

Amaneceres en la niebla

Amaneceres en la niebla

Amo los sonidos de la selva. Amo sus verdes también.Su incomparable cielo, el de la neblina, el del fabuloso atardecer, el de la noche superpoblada de estrellas. Hay que conocerla en armonía, me gustaría menos motor, más de su gente de corazón tan abierto, tan amables. Más de sus sabores y cultura… es una experiencia inagotable en un ecosistema super hostil y generoso a la vez. Me siento incapaz de soportarlo por un período largo de tiempo, pero quizás algún día tenga la oportunidad de ponerme a prueba. Ojalá que cuando eso suceda, todo esto, Yasuní, todavía siga ahí.

Elige tu propio verde

Elige tu propio verde

Sobre El Autor

Soy Vito. De raíz riojana y treinta y pico de años. Viví también en Córdoba, Mar del Plata, Buenos Aires. Viajé por Nueva Zelanda, Cuba, Italia, Bolivia y otra veintena de países más. Pediatra de vocación y formación, y en los ratos que me hago entre el trabajo “serio” trato de aprender algo nuevo (tejer, cocinar, fotografiar, hablar otros idiomas, lo que sea). Amante del yoga (a.k.a. “profesora”), curiosa ayurvédica. Estudio y trabajo con la salud y la enfermedad, pero a mí lo único que me curó fue viajar. Una vez sentí que era hora de poner los pies en la tierra… y lo tomé demasiado literal, quizás.

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5 Respuestas

  1. Mario Bugallo

    Me llevaste a pasear por un lugar tan desconocido…como por otro planeta…! Gracias…besos..!

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