Fuera del circuito clásico de turismo colombiano está Manizales, y como no somos clásicos turistas (al menos intentamos no serlo) tuvimos el enorme placer de descubrirla de la mano de Valentina, nuestra anfitriona de Couchsurfing.

Con Valentina y amigos en Manizales

Con Valentina y amigos en Manizales

Esta ciudad es una de las más lindas del país sin dudas. Nació como un lugar donde la elite tenía sus casas de veraneo y esparcimiento. No eligieron mal, un valle entre altas montañas entre las que resaltan los Nevados del Ruiz y Santa Isabel. Para verlos hay que madrugar, saludan al amanecer y luego un intermitente nublado nos acompaña el resto del día, es medio «cielo roto», como le dicen a este clima inestable que en cualquier momento te suelta un chaparrón.

Su plaza principal le hace un original homenaje al hombre de la zona, El Bolívar Cóndor evoca el espíritu de libertad uniendo con fuerza el cuerpo del prócer a las alas del ave de los Andes, de espaldas a una Catedral imponente, desde la que se tiene una vista privilegiada de la ciudad.

El Bolívar Cóndor y la Catedral

El Bolívar Cóndor y la Catedral

Pero Valentina no fue una anfitriona cualquiera… se convirtió en nuestra representante profesional, nos presentó a Fabio Arias Gómez, «Ari«, Don Fabio, un caricaturista y periodista muy reconocido que hoy lleva adelante una publicación independiente que nos llamó la atención al instante cuando la vimos sobre la mesa. El Semanario El Andino tiene una sección especial para Reportajes Gráficos y fue justamente en ese espacio que tuvimos nuestros «15 minutos de fama» y alcanzamos nuestra primera publicación impresa (*).

Tapa

Don Fabio resultó ser un amigo entrañable, y como muchos colombianos, fanático del tango. Para celebrar nuestra publicación no había otra opción, a casi cinco mil kilómetros de Caminito, por primera vez iba a ver bailar tango.  Y de un salto, ahí estábamos nosotros, en la “Calle del Tango”, saltando de milonga en milonga para elegir finalmente “Los Faroles”. La pista bien marcada por luces y bien usada por varios pares de bailarines, de los mejores, sacándole viruta al piso… literalmente. Es el lugar para salir a bailar si uno es un apasionado y tiene cierta edad. Hay mesas de solos y solas, se miran, se estudian, tal vez se conocen de otras noches y otras pistas. Se buscan y galantemente los caballeros de corbata invitan con un gesto a las damas de tacones. Cumbia, salsa, vals, boleros, milongas… pero cuando suena el 2×4 la pista es de los grandes de verdad, los que dan cátedra a estos argentos y los muchos colombianos, de lo que es sentir el tango en la piel.

La barra no es menos, los mozos de moño al cuello se turnan entre poner las canciones en el sistema de audio y el ron en las mesas. Me pierdo viendo el ir y venir de los pasos, tan perfectamente sincronizados y con la espontaneidad del sin ensayo y el full saber. Poco pero preciso firulete. El de traje, el de sombrero, el de zapatos de salón… La de guantes, la de la falda muy corta, la del peinado profesional. Abundan los personajes y yo sin la cámara! Pero estoy con el mejor caricaturista, y un Botero en la pared lo define: caderas colombianas marcando el corte perfecto.

Bailarines de Tango - F. Botero

Bailarines de Tango – F. Botero

De repente Claudina se entera que hay un par de argentinos en la milonga y viene zigzagueante a saludarnos. Quiere tener el honor de bailar con el joven argentino, la tenemos que decepcionar: es difícil que la gente de cualquier parte del mundo entienda que en Argentina muy poca gente baila tango. Nos cuenta de cuando lloró de emoción viendo bailar tango en la mismísima Boca. Un 100% argento le vendió un par de zapatos diciéndole que si no bailaba con zapatos porteños, entonces no bailaba tango! Y se los compró por más de 200 dólares! Porque baila tango pero es colombiana, inocente y súper amable.

La Calle del Tango de día

La Calle del Tango de día

Esta moza que les escribe, una china de trenzas y alpargatas, fantaseó con largar el pañuelo y cambiar el bombo leguero por el bandoneón arrabalero. Cuanta perfección en esta danza, pero me muero por una chacarera en una peña!

(*) Querés saber qué escribimos para este Semanario? Nosotros nos cuestionamos lo mismo cuando nos propusieron escribir algo que saliera de nuestra mente… No había una entrevista con preguntas que responder, pero siempre está la misma duda rondando…

En estos muchos meses viajando hemos conocido y hablado con gente de los cinco continentes. Nuevos amigos y anónimos de todas las culturas nos tendieron una mano en diversas situaciones. Con un té a la menta, un refresco, una sangría, una cerveza o un tinto, nos han preguntado, curiosos, de dónde venimos, a dónde vamos, cuál fue nuestro lugar favorito, si hemos comido bicho o cosas raras, cómo nos mantenemos, cuándo regresamos con nuestras familias y si los extrañamos. Unos pocos han logrado animarse a preguntar lo que todos gritan con la mirada ¿Por qué viajan?

¿Por qué no?” pensamos nosotros mientras tratamos de explicar un sentimiento de curiosidad por lo que siempre vimos a través de una pantalla o las hojas de libros. Viajamos para comprobar o romper con nuestros propios prejuicios, alimentados desde siempre por la visión de los demás. Viajamos para darnos cuenta de que no necesitamos compartir un mismo idioma para comunicarnos, ni las mismas costumbres para compartir buenos momentos y generar nuevos vínculos. Viajamos haciendo dedo para demostrar que el mundo es un lugar seguro, que la gente es en su mayoría buena y solidaria, que las sonrisas no están en los mapas y que las fronteras unen y no separan.

Viajamos para ver los lugares bellísimos que se esconden en los rincones de nuestro planeta. Para descubrir nuevos sabores; pisar otros suelos; escuchar palabras, sonidos, melodías distintas; oler lluvias, flores, mares, campos y ciudades. Llenar nuestros sentidos de La Tierra.

Sobre El Autor

Soy Vito. De raíz riojana y treinta y pico de años. Viví también en Córdoba, Mar del Plata, Buenos Aires. Viajé por Nueva Zelanda, Cuba, Italia, Bolivia y otra veintena de países más. Pediatra de vocación y formación, y en los ratos que me hago entre el trabajo “serio” trato de aprender algo nuevo (tejer, cocinar, fotografiar, hablar otros idiomas, lo que sea). Amante del yoga (a.k.a. “profesora”), curiosa ayurvédica. Estudio y trabajo con la salud y la enfermedad, pero a mí lo único que me curó fue viajar. Una vez sentí que era hora de poner los pies en la tierra… y lo tomé demasiado literal, quizás.

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