Seguimos de paseo por el Caribe Sur?? Quién se negaría! La playas venezolanas son internacionalmente conocidas por la Isla Margarita, pero nosotros no nos caracterizamos mucho por ir con la corriente, salvo excepciones. Así que, aunque habíamos encontrado en Choroní un lugar ideal para tirarnos panza arriba en la arena, hicimos una ardua investigación para conocer otros destinos playeros. La mejor fuente sobre qué lugares visitar en un país es su propia gente. Así fue que preguntando y escuchando nos llegó el dato de un «imperdible»: el Parque Nacional Morrocoy. Quedaba bien en nuestro itinerario y hacia allí fuimos luego de conocer Barquisimeto.

Para llegar al Parque las opciones son ir a Tucacas o Chichiriviche. Nuestro elegido fue el segundo… un poco porque con ese nombre había que conocerlo! Nos tomamos un bus que recorrió los últimos kilómetros en una ruta casi pegada al mar, con las palmeras meneando sus melenas invitándonos al relax luego de varios días en la urbe.

Chichiriviche deja toda su gracia en el nombre. Un pueblo costero bastante feo, si hay que darle un adjetivo. Bajo un calor ya clásico en Venezuela, lo recorrimos en busca de algún alojamiento económico. El único dato seguro que teníamos era de un lugar que tenía un candado inmenso en la puerta. Preguntando a los vecinos nos enteramos que los dueños se habían ido por la semana (?) y nos recomendaron otros. Decidiendo entre malo y peor fuimos a parar a una posada en la que nos abrimos paso entre los mosquitos para poder descansar un poco, pero la batalla de la cocina la ganaron las dos ratas que me hicieron salir corriendo con los fideos en la mano hacia un carro de hamburguesas de la calle (custodiado por hambrientos gatos que me daban más confianza).

La otra batalla es en el embarcadero. Hay un puesto de lanchas «oficiales» que son carísimas, así que optamos por acomodarnos en el muelle a la espera de alguna lancha alternativa que saliera con lugar para dos más. Cerramos un trato peor de lo que esperábamos, pero nos fuimos contentos a navegar entre cayos en las turquesas aguas caribeñas. Sabíamos que uno de ellos era apto para el camping: el Cayo Sombrero. Teníamos agua suficiente, latas varias, y demás cositas como para sobrevivir un par de días. Nuestro lanchero nos cobró 200 bsf por un viaje ida y vuelta. Lo volvimos a ver proveyendo de cervezas a varios grupos en la playa, y nos saludábamos como grandes amigos, sin saber que nos esperaba una traición…

Nuestro nido, solitario en medio de las palmeras

Nuestro nido, solitario en medio de las palmeras

Mientras tanto pasamos días indescriptibles. En la isla hay una caseta del guardaparques, un par de restaurantes y nada más. La gente llega de a montones en lanchas y embarcaciones privadas varias temprano en la mañana, y hacen la típica rutina venezolana de playa: música muy fuerte, mucho alcohol, mucho despilfarro, y antes de caer la tarde todos se van. Por la noche sólo quedábamos nosotros dos en nuestra carpita prestada y el sereno (los guardaparques también se van), un  personaje tenebroso que se paseaba con su machete rebanador de cocos y nos repetía todas las tardes la misma frase amenazante: «Se quedan bajo su propia responsabilidad, aquí nadie los va a cuidar». Y para la última noche se guardó el mejor remate: «El domingo pasado violaron a una chica que acampaba, y nadie vio nada, si se quieren quedar es su decisión». Se salió con la suya y pasé una de las peores noches del viaje muerta de miedo ante cada sonido que escuchaba e ideando las mejores técnicas de defensa personal. De más está decir que no pasó absolutamente nada, los Piratas del Caribe habrán estado haciendo sus fechorías por otras latitudes. Pero es así, en Venezuela hay que convivir constantemente con la sensación de inseguridad.

Mientras tanto nos aprovechamos del espíritu derrochador de los venezolanos en la playa y en este montón de arena y palmeras dimos nuestros primeros pasos en la venta de nuestras fotos venidas a postales. Mi única experiencia en ventas hasta aquí habían sido unos tres días en otro año sabático que tuve, viviendo en Córdoba antes de empezar la universidad. Me uní a un grupo de vendedores de teléfonos celulares, corría el año 2000 y mi creencia era «el que quiere un celular ya lo tiene y para qué va a querer comprar uno nuevo? el que no tiene, no lo necesita». Una gran visionaria como verán. Algunas médicos son grandes vendedores, pero la pediatría no me había ejercitado para ello, así que estando ya a fines del 2012 mis dotes de vendedora no habían mejorado. Aún así, convencidos de nuestro proyecto nos lanzamos cubiertos de protector solar al cara a cara. El éxito fue rotundo. Nos compraron, nos preguntaron, nos felicitaron, nos envidiaron, nos recomendaron lugares a visitar, y hasta nos invitaron varias cervezas. Condiciones óptimas de trabajo, buen ingreso, horario flexible, bebidas alcohólicas permitidas… que duro va a ser volver a una guardia después de esto!!

Imagen que luego se transformó en postal, y una de las más vendidas ;)

Imagen que luego se transformó en postal, y una de las más vendidas 😉

La algarabía y excesos durante el día nos hacían disfrutar aún más de nuestras solitarias noches, a pesar de las amenazas de nuestro vecino, el sereno malvado. Atardeceres coloridos, luna llena y la compañía de los cangrejos que aprovechan la huida de la gente para recolectar vaya a saber qué partículas de la arena, yendo y viniendo de sus huecos, y los caracolitos ladrones, curiosos y sociables, que rodeaban la carpa en custodia nocturna.

Nuestros amiguitos que aparecían cuando la multitud dejaba la isla

Nuestros amiguitos que aparecían cuando la multitud dejaba la isla

La retirada de la isla fue casi obligada al cuarto día debido al desabastecimiento en el que habíamos caído. Y aún nos esperaba una sorpresa… Nuestro lanchero nunca apareció. Veíamos como se iban en manada todos y nosotros seguíamos esperando. Cuando nos dimos cuenta quisimos aceptar que nos había plantado empezamos a preguntar a los demás lancheros si lo conocían y le podían avisar que lo estábamos esperando. Un grupo de alegres barquisimetanos escuchó nuestro problema y nos ofrecieron el aventón. Y ahí terminamos nosotros, regresando a Chichiriviche con las dueñas de las discotecas más populares, sus parejas y varias botellas de ron y whisky  Festejamos todos juntos no sabemos qué y también nos sumamos a las felicitaciones de una pareja de recién casados que cruzamos en el muelle ya del pueblo.

Vivan los novios!!

Vivan los novios!!

La alegría que desparrama la gente y la belleza de las playas de nuestra isla casi privada nos cargó de energías. Motivados por el buen recibimiento de nuestras postales y con los ojos llenos de mar regresamos a nuestro segundo hogar en Maracay para seguir tramando la continuación de nuestro viaje. Volveríamos muchas veces más a Choroní, mejoraríamos nuestro speech de venta, y luego de un par de meses de logística estaríamos listos para la aventura final: la Gran Sabana… ¿Te la vas a perder??

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