Según Mariano que yo quería ir a Venecia. Para mí que no, era más un «vamos a Italia y no vamos a ir a Venecia??». Las únicas referencias cercanas que tenía en mi memoria eran una médica con la que trabajé hace unos años diciendo algo así como que no era lindo pero hay que verlo al menos una vez en la vida (raro), y mi ameega personal Vale, que me dijo que en uno o dos días lo liquidaba. Así, sin saber bien por qué, llegamos a Venecia, y menos mal, porque NOS ENCANTÓ!

Unas semanas antes de mi llegada a Europa, por la paranoia sudaca de estar entrando al primer mundo, decidí reservar hospedaje en Venecia, como para comprobar que iba a estar viajando. Buscando, me di con que Venecia es carísimo, así que la alternativa ganadora fue dormir en Mestre, que está puente mediante, y viajar en bondi durante el día. Tan cerca están que es el transporte urbano lo que los conecta. Nuestro nido elegido fue el Camping Jolly… En comodidad, 10 puntos, la pileta, 11 puntos, el wi fi, aceptable… pero el personal… desastroso. El gordo que lo maneja tiene el claro objetivo que vos no salgas de su camping, donde te ofrece un resto-bar y un mercadito, a valores incoherentes, así que ante mi inocente pregunta de dónde había un supermercado para ir a abastecernos (por que su mercado no sólo es caro sino que cierra al mediodía!), el señor dijo «aquí tienen todo lo que necesitan, los supermercados están muy lejos y es peligroso andar por las cercanías del camping». Puras patrañas, había un supermercado y un mini market muy cerca, el barrio era de lo más manejable, y nos movimos a nuestro antojo. Y siempre con el transporte público, porque otra jugarreta es el transporte que te ofrece el camping a la ciudad, que en realidad te deja muy lejos, después de pasearte por el aeropuerto, y te tenés que tomar otro tren.

Pese a esto, nuestra estadía en Venecia fue una delicia. La suerte hizo que ni bien llegáramos a pasitos del Gran Canal, una pareja de españoles que ya se iba nos revendiera por un mínimo precio sus boletos de transporte, válidos por 48 hs más tanto para bus como vaporettos, todo lo necesario para no perderse nada! Después de instalarnos en el camping y refrescarnos del agobiante calor, salimos a conocer la famosa ciudad casi con la noche encima, y fue mágico. A partir de aquí los que me conocen pueden olvidarse de mi cinismo característico porque la Susanita que llevo dentro (sí, todas la tenemos en alguna medida) salió y se apoderó de mí, chocha de la vida de estar de Luna de Miel en Venecia! Es que es un destino lunamielero clásico, y diría que de los peores lugares en el mundo para viajar sol@. Pero no sólo de parejas vive la Venecia, también hay muchos grupos de amigos, abundaban ebrios en el camping, y familias.

La rutina fue salir del camping hasta la parada del bus, llegar a la Piazzale Roma y de ahí dejarnos llevar por los puentecitos que se montan a los canales y las callecitas que se pierden por dentro de este lugar de cuentos. Tan de cuentos y tan de Luna de Miel que hay un Puente de Los Suspiros, que no supimos que se llamaba así mientras perdíamos largos minutos mirando gondoleros, escuchando como de fondo la música que uno se imagina cuando piensa en un gondolero paseando por Venecia, y entre besos (*).

Nuestra vista desde el Puente de los Suspiros del Rialto

Y muy cerca del Puente de Los Suspiros, está la Piazza San Marco, el corazón de la tradicional Venecia turística, donde confluyen todas las nacionalidades para tratar de retratar un momento en este gigante rincón. Como son las plazas aquí en Europa, de duro y caluroso piso, sin verde, rodeada de edificios religiosos y/o municipales que no dejan que el aire se cuele, y llenas de gente. Casi mezquino diseño que no deja que todo entre en una foto. Y por la noche el color de la iluminación de la Basílica de San Marco, la Torre dell Orologio, los exclusivos restoranes que la rodean, con músicos de cámara de primer nivel, hacen un conjunto único, y no queda más que creer en la frase que se le adjudica a Napoleón cuando la vió por primera vez: «Es el salón más bello de Europa».

Una de las vistas de la enorme Piazza San Marco

Pero también nos atraparon varios suspiros fuera de los escenarios típicos, porque cada puerta, cada esquina es rara y cautivante. Por momentos silenciosa y por momentos  con ruido de gente y música que te hace sentir que estás llegando a la fiesta del barrio. No sé si será habitual, pero vimos varias ferias de las parroquias, con parrillas, pizas, hamburguesas, bebidas, y grupos musicales ambientando pequeñas plazas y patios de iglesias.

Si el presupuesto no da como para pagarle unos 80 euros al gondolero para el paseo, bien se puede navegar los canales en los vaporettos, una red de transportes como cualquier otra, con sus líneas, sus paradas y sus frecuencias, pero en barco. El boleto turístico que teníamos también nos habilitaba el paso a ellos, y buen uso que le dimos. Se la puede caminar un tramo y navegar otros, son las opciones para no perderse de nada. Y también se puede llegar a las islas vecinas, Lido y Murano las más conocidas y grandes. No teníamos mucho tiempo, así que elegimos Murano que en teoría era «como La Boca, con casitas de colores», no nos pareció muy válida la comparación, o no fuimos por los lugares adecuados, pero nos gustó mucho también. Cuna de la cristalería, por lo que hay muchas tiendas y «fábricas» y es el colorido material con el que se decoran sus plazas.

Una plaza en Murano con su flor de Cristal

Aunque ya les conté de Florencia, ésta fue nuestra puerta de entrada a Italia, y aquí empezamos a confirmar que el mejor helado del mundo es el gelatto italiano, y degustamos la gigantescas pizas en alguna escalinata. Por suerte no encontramos el olor feo en el canal del que muchos viajeros se quejan, o es que estábamos obnubilados por tanta belleza?

Qué más les puedo contar con palabras?? AAAHHHHHHHHHHHH… a los suspiros, así se camina por Venecia…

*Fe de Errata: aquí cometí dos errores, uno escribir muy lejos en el tiempo de la visita (estos días en Venecia fueron hace casi un mes y medio atrás!), y otro confiar en la interness para lo que mi memoria no recordaba. La imagen no pertenece al Puente de los Suspiros sino al Puente del Rialto. Por suerte una siempre tiene una «Pety» bajo la manga, a falta de una «Kiki» que se nota que está muy distraída por algún rincón de nuestro país, pero siempre me apuntan correctamente. Salud por las tías viajeras!!

Sobre El Autor

Soy Vito. De raíz riojana y treinta y pico de años. Viví también en Córdoba, Mar del Plata, Buenos Aires. Viajé por Nueva Zelanda, Cuba, Italia, Bolivia y otra veintena de países más. Pediatra de vocación y formación, y en los ratos que me hago entre el trabajo “serio” trato de aprender algo nuevo (tejer, cocinar, fotografiar, hablar otros idiomas, lo que sea). Amante del yoga (a.k.a. “profesora”), curiosa ayurvédica. Estudio y trabajo con la salud y la enfermedad, pero a mí lo único que me curó fue viajar. Una vez sentí que era hora de poner los pies en la tierra… y lo tomé demasiado literal, quizás.

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