Después de unos días de bloqueo mental, me largo nuevamente a la escritura a ver que sale.
Penang es una isla unida a la Malasia peninsular por un largo puente, sabía que era Patrimonio de la Humanidad pero no llegué a recorrerla. Todavía…

Detalles aparte, después de la terrorifica salida de Indonesia, sólo quería llegar rápido a Kuala Lumpur, así que del aeropuerto debía ir a la terminal de buses. Un lugareño me dijo cual colectivo tenía que tomar, otro me dio cambio, y la mejor del mundo fue Sati, una señora que trabaja en el aeropuerto. Me preguntó porque me separaba de mi amiga… «mi amiga» era una española que conocí ahí mismo y con la que había estado hablando. Le expliqué que sólo la había conocido ahí y ella se iba al centro de la ciudad mientras yo quería tomar el bus a KL. Ahí empezaron las preocupaciones de Sati. Ella esperaba el mismo cole así que llamó a la empresa para saber porque demoraba tanto, así fue como nos entramos que había un accidente en el centro y por eso el último servicio estaba retrasado. Me preguntó a qué hora era mi viaje, y le dije que no tenía boleto, que esperaba conseguir algún servicio cuando llegara a la terminal…. Para qué! «Cómo que no tenés boleto?! Y si el colectivo se demora, y llegas tarde, y ya no hay más servicios a KL?!». Cada tanto se disculpaba por su mal inglés (que era fenomenal para lo que venía escuchando en Indonesia), «I wanna talk to you but I don’t know how», me decía una y otra vez («quiero hablarte pero no sé cómo). Y se notaba que la cabeza le iba a mil pensando cómo resolver mi vida, aunque yo no sentía que estuviera complicada. Al rato ya estaban a mi alrededor otras dos chicas más que trabajaban con ella y cinco policías. Se confirmó la información del accidente en el centro, uno de ellos me dijo que le parecía que podía encontrar un bus a KL a la 1 am. Y entre todos decidieron que Sati me iba a acompañar a la terminal y si no había más servicios me llevaba a su casa. Me rogaba que me quedara con ella, que quería hablar conmigo, que necesitaba practicar su inglés, que al día siguiente me iba a ayudar a llegar temprano a la ciudad… La oferta era tentadora así que la tranquilicé aceptándola. Finalmente llegó el colectivo pero era final y principio de recorrido así que tuve que observar el descanso de veinte minutos del chofer, quién me aseguró lo que sospechaba, hay colectivos a KL todo el tiempo.
Ése era el último servicio, así que le dije a Sati que fuera a su casa y no se preocupara, pero su condición fue que la llamara por teléfono para asegurarse que estaba bien.
No terminé de bajarme del bus cuando unos chicos me estaban vendiendo el boleto a KL en el servicio que salía en cinco minutos, y a pesar que moría de hambre fui, también porque no había ningún lugar para comer a la vista. El hambre y el frío polar del aire acondicionado se mitigaron en la parada de las 2 am en algún lugar donde me tomé un café con leche con un chocolate, rememorando las noches de visitas domiciliarias por Buenos Aires.  Llegué más temprano de lo esperado, así que tuve que hacer tiempo en la terminal hasta que fuera un horario más decente para ingresar a un hospedaje sin pagar por la madrugada. Ni esperé demasiado ni pagué por esa noche, fue el acuerdo al que llegué con el «RRPP» del hostel Ribons Stayz, en la entrada del Barrio Chino. Lindo y recomendable lugar si no les jode mucho convivir con la rata que se pasea de la sala al comedor… Lo mejor fue la respuesta que obtuvimos de la dueña cuando le dijimos que había una rata, «sí, pero nunca le hizo nada a nadie»!
La anécdota que marca mi paso por Kuala Lumpur no es la rata, no es el Barrio Chino y su enorme mercado, no es el paseo en los jardines que no hice, ni las imponentes torres Petronas. Es lo que sucedió luego que tomé ésta foto…
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Escuché risas, y dos mujeres se me acercaron a preguntarme qué era. Les conté que era mi mascota del viaje y les pareció muy simpático. Como para todos por estos lados, les pareció una excentricidad que fuera de Argentina, y más aún porque la sobrina de una de ellas iba a pasar unos meses estudiando en Chile desde fin de mes. Me presentaron al padre de la chica en cuestión que estaba también en esa plaza, charlamos un rato largo y finalmente me invitaron a almorzar a su casa para conocer la familia.
Así fue como llegué a algún barrio malayo a comer una sopa de fideos y hablar con el abuelo acerca de su trabajo en el casino y de cómo podía hacerme ganar en el black jack. La joven estudiante nunca llegó. Estaba con la abuela en el hospital esperando ser atendidas. Así que no quisieron detenerme más, viendo en mi cara el cansancio del día largo, y me llevaron de regreso al centro.
La imágen de la torres en la noche es imperdible, y me hizo tomar conciencia por un momento de lo que estoy haciendo, cosa que no me sucede con frecuencia. Estaba caminando por debajo, buscando el lugar ideal para hacer fotos, junto con cientos de turistas, y dije «mirá dónde estoy!».
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La siguiente parada era Melaka y para llegar ahí primero tuve que llegar a la estación terminal TBS en tren. Qué placer viajar bien en tren en las ciudades! Almuerzo delicioso y después a buscar la puerta de mi colectivo. Si bien es una terminal de colectivos, se parece más a Ezeiza que a Retiro.
Melaka es sencillamente hermosa.
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Generalmente se ofrece como un tour de un día desde KL pero hacer eso creo que sería un gran error. Es una ciudad que se merece su tiempo. Su historia cuenta tres períodos de colonización, portugueses, holandesesy británicos en ése orden la coparon e hicieron o deshicieron a su gusto. Por lo tanto hay influencia arquitectónica y cultural muy variada. Ruinas, templos, y mercados se funden en una combinación deliciosa. Y deliciosa es también la experiencia culinaria que allí se vive. De viernes a domingos en el Barrio Chino hay un mercado nocturno que es un festin de sabores, y donde también se puede comprar de todo.
Me hospedé una noche en Tony Guest House, copado gran poster del Che en su bar, pero no tiene dormitorios. Compartí una noche con Emma de Finlandia. La conocí en la terminal de Melaka donde tuvimos dos horas de espera por un bus local… Y media hora de espera dentro del bus a que arrancara. Luego de la noche en lo de Tony decidimos buscar un hostel que nos habían recomendado en la calle, Lavender, muy bueno. Ahí conocimos gente muy buena onda. Tanto los demás mochileros como los chicos que trabajan ahí. Iktiar, el joven lugareño del hostel nos llevó a comer pollo tandori con naan de queso, hasta ahora mi favorito.
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Y no se quedó ahí nuestro contacto local. Al día siguiente nos invitó a ir con sus amigos a «la playa». Melaka en el mapa parece estar sobre la costa Oeste de Malasia, y es así, pero en la ciudad no hay playas. Justamente donde está este hostel es territorio ganado al mar. Para disfrutar de la playa hay que hacer algunos kilómetros al norte, unos 45 minutos, y lo que se encuentra me animo a decir que es peor que la costa argentina. Igual de sucia (en está época del año se lo atribuyen a las lluvias), playa muy estrecha, tanto que al crecer la marea desaparece. La tarde fue para jugar al voley, tomar el batido de coco más rico del mundo, y cenar. Los chicos tenían una fiesta por la noche, a la que también nos invitaron. Así que en el camino de regreso hicimos un par de paradas para que se bañaran y volvimos. El dato de color del malayo, alegre, conductor amante de la velocidad, y con un delay musical importante, esa tarde sonaron los Backstreet Boys a pleno!
Muchas cosas nuevas al paladar, pero sin dudas se lleva todo el protagonismo el Satay de «Capitol». El show  ya se veía venir por el hecho de que había cola y un par de cartles que advertían a la clientela de no dejarse engañar por supuestas franquicias, son únicos en la ciudad y el país. La metodología es la siguiente, las mesas tienen un hoyo en el medio que conecta directamente con un quemador a gas, como una hornalla gigante. Uno se sirve a gusto de varios pinchos y platos con bocaditos de pollo, pescado, o vegetales y vuelve a su mesa donde se coloca una cacerola de fondo profundo con una base de salsa satay y donde le meten de a cucharazos maní y algo de coco creo. Todo se mezcla y empieza a tomar temperatura. Ahí dentro se cocinan los pinchos (están crudos), y adentro! Muy rico. Algo picante. Muy pesado. La versión asiático de la bagna cauda!
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Para terminar este capítulo como comenzó, a la salida de Melaka la buena onda me llegó de parte de Ron, un violinista local que ante mi pregunta de dónde tomar el bus a la terminal se ofreció a llevarme. Y menos mal porque el transporte público no es l fuerte de la ciudad, y había tanta congestión de tráfico que habiendo salido con mas de dos horas de anticipación llegué justo a tiempo de comer algo y tomar el colectivo a mi próximo destino… Jerantut.

Sobre El Autor

Soy Vito. De raíz riojana y treinta y pico de años. Viví también en Córdoba, Mar del Plata, Buenos Aires. Viajé por Nueva Zelanda, Cuba, Italia, Bolivia y otra veintena de países más. Pediatra de vocación y formación, y en los ratos que me hago entre el trabajo “serio” trato de aprender algo nuevo (tejer, cocinar, fotografiar, hablar otros idiomas, lo que sea). Amante del yoga (a.k.a. “profesora”), curiosa ayurvédica. Estudio y trabajo con la salud y la enfermedad, pero a mí lo único que me curó fue viajar. Una vez sentí que era hora de poner los pies en la tierra… y lo tomé demasiado literal, quizás.

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